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Mostrando entradas de enero, 2007

¡Que siga la ronda! (un Meme literario)

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Imagen de "La Guerra de los Botones" (1962), de Yves Robert. Cuando era un crío, de eso hace ya una buena porción de décadas, teníamos en nuestros juegos y hábitos escolares una maneras tan rupestres, que vistas desde la distancia a uno le parece que de habernos descubierto algún antropólogo, hubiera disfrutado de lo lindo describiendo, tomándonos como referencia, los usos y costumbres de las comunidades cavernícolas más incivilizadas. Me explico. Al igual que en grupos tribales considerados más atrasados que el nuestro, hacíamos uso de cerbatanas que en nuestro caso no eran sino las cápsulas de los bolis Bic con los que impulsábamos de un fuerte y seco soplido una especie de masilla hecha a partir de saliva y un pedazo pequeño de papel. Nuestros objetivos favoritos eran la espalda asotanada del Padre Artola –puño justiciero del mal estudiante-, y las pizarras de las aulas vecinas. Nuestros pupitres, de los que ya he dicho algo en otra ocasión , eran lo más parecido que habí

Charlois le bruit dans la tete

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Visitábamos aquél día la bella ciudad de Narbona, la que recibe el tramo final del Canal du Midi , la misma que exhibe orgullosa el Palacio Arzobispal y hace gala de unos horarios de visita tales que nos animamos a aprovechar todo ese tiempo para merodear por los alrededores, y curiosear tanto por callejuelas como por avenidas. También nos dio tiempo a visitar uno de esos Internet Cafés , de los que hay cada vez más, revisar los correos y hacer una visita fugaz –como no- a los amigos blogeros. Acabábamos de salir de ahí, cuando bajando por la Via Domitia dimos con una vieja tienda en la que se veía, a través del escaparate, que en ella se vendían libros de segunda mano, a precios que era casi imposible resistirse a salir con alguno bajo el brazo. Así me pasó con una biografía de Mirabeau, otra de Saint Just, una de Danton, la vida del famoso inquisidor Jacques Fournier y un último libro del que voy a hablar a continuación. “Ils voyageaient la France. Vie et traditions des compagnons du

Intermedio I

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Y ya que me lo pides, abandono en mi forma la luz, dejo que el aire me lleve hacia la oscura pared, quedando a la espera, aquí, en la soledad.

No despertéis a la amada...

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De mi visita a Albi podría contar muchas cosas: cómo enriqueció en el medioevo a los comerciantes de la ciudad la famosa cocagne ; las escaramuzas que provocó entre los poderes locales la posesión de los palomares de la región, tal y como ocurrió en la Capadocia, y estoy seguro que en muchos otros sitios; de la fuerza del paisaje de las Montañas Negras, que tuvimos que atravesar para llegarnos hasta allá desde Carcasona, con sus aldeas colgando al abismo de aquellas profundas gargantas; de los pueblos subterráneos que existen al norte de ella; y, cómo no, de la belleza de la mítica ciudad que sirvió para dar apellido a la herejía cátara, de sus calles y edificios, de su museo Toulouse-Lautrec y, sobre todo, de la Catedral. Pero voy a detenerme, a guardar mi palabra y procurar un rápido silencio. Sólo quiero contar que allá, en el interior de ese templo dedicado a Santa Cecilia, reposa plácidamente, como dormida bajo la tutela de uno de los murales más impresionantes que se conservan en

El niño barbado y los apóstoles epicenos

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Era como a poco más de medio viaje camino de Carcasona. Habíamos planeado desviarnos a aquél lugar y pasar a hacer una visita rápida, antes de continuar para llegar a nuestro destino a eso de la media tarde, con la anochecida que tanto se apresura en hacerse presente a estas alturas del año. Hasta entonces, mi relación con aquél lugar, Saint Bertrand de Comminges, no había pasado de ser algo platónico, un tanto idealizada y llena de esos recuerdos avant la conaissance –perdón por la pedantería-, que minuciosamente ornamentan de alma a todo aquello que sentimos el deseo de conocer personalmente. Algunos años atrás, mientras rebuscaba en una feria del libro antiguo y de ocasión de no sé donde, di con una especie de libro de viajes por el sur de Francia, lleno de preciosas ilustraciones representando aquellas localidades a las que se hacía mención. En ocasiones, se trataba de reproducciones de antiguos grabados y láminas, y mirando una de ellas, que es la que nos ocupa, me entretuve un b

…en estos nuestros detestables siglos…

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Cuando uno regresa de pasar sus días de libertad vagando por lugares que apenas conoce, guarda en forma de recuerdos imágenes y sensaciones que sabe que con el tiempo irá convirtiéndolos en idealizaciones, en aquello de lo que echará mano para sobrevivir al dolor de la vuelta a la rutina. Ese es mi caso, y en un pequeño y todavía cercano rincón de mi memoria descansa, desde hace poco tiempo, un nuevo legajo cerrado en cruz por una vistosa cinta de colores sellada al lacre rojo. Allá –entre todos esos papeles-, encontraré cada vez que necesite volver a ella, la memoria de esa primera mañana fresca, cubierta por el manto de una fina niebla; escucharé el ladrido lejano de algún perro; sentiré la fragancia verde de la hierba, y el tacto húmedo, casi moldeable a la presión de mis dedos, de esas piedras que recibieron su forma hace ya varios siglos. De aquél lugar, el primero de muchos que iba a descubrir, se contará con qué solemnidad permanecía erguido ante mí, como si fuera la antesala a