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Mostrando entradas de 2007

Tiempo

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Esta mañana, mientras revisaba los asuntos que me quedaban pendientes para antes de irme de vacaciones, me he encontrado, entre las páginas de mi cuaderno, con una sóla palabra escrita con trazo rápido, como urgente, que no tengo muy claro cuándo y para qué la escribí, pero que estoy seguro que siempre deberá permanecer ahí, donde está, como esa asignatura pendiente que dificilmente aprobaré, por lo menos por ahora: tiempo. Afortunadamente, quedan estos pequeños claros, en los que uno procura romper con todo, desaparecer de su mundo y pasar el tiempo en un lugar en el que todo le sea ajeno, y él nada más que un perfecto desconocido. Pasear, conocer y dejarme llevar por el camino que mi curiosidad marque allá donde esté... Así que como es costumbre muy conocida por quienes venis a visitarme desde hace ya mucho tiempo, ahí he dejado mis nubes para avisaros de mi marcha, y bajo su acogedora sombra mi deseo de que para todos vosotros el año que viene traiga más alegrías que sinsabores, alg

Lambro Cazzioni, Rey de Maina, libertador de la Grecia

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Curioseaba hace cosa de un par de semanas por entre los fondos de la Gazeta de Madrid , cuando la casualidad quiso que diera con una noticia procedente de Venecia y publicada el 28 de agosto de 1792, en la que se daba cuenta de un hecho singular. Se trata del manifiesto publicado por un tal Lambro Cazzioni, y dirigido a todas las naciones de Europa, haciendo pública su decisión de rebelarse contra lo que él consideraba una injusticia, o mejor dicho una traición, abandonando su vida como oficial de la armada rusa, para tomar partido por la piratería en aquellas aguas del Mediterráneo oriental que tan bien conocía. Cazzioni abandonaba públicamente la legalidad, y lo hacía por una de las vías tradicionalmente menos recomendables: la de continuar una guerra que ya había terminado, y cuyos contendientes estaban muy interesados en dar por finalizada, olvidando sus promesas y pactos con quienes habían sido hasta entonces sus aliados. Las deliciosas evocaciones de esta noticia, que traían a mi

Melancolia

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Esta historia debería termina con la visita de la muerte. El largo camino que hemos recorrido sólo nos lleva a aquél destino, a no ser que hagamos trampa, empecemos por el final e intentar así concluir allá donde la vida está llena de esperanza y se respira en su total plenitud… Es una posibilidad. Vamos a intentarlo. Aunque para ello debamos de imaginar algo muy distinto a lo que ahora está viendo cada uno de nosotros. Deberíamos ser capaces de ver una ciudad humeante, totalmente arruinada tras un largo sitio. Por entre los restos de edificios, cadáveres de personas y animales. Como perdidos de la razón, vagan gentes que buscan bajo la ruina algo que meterse en la boca, unas monedas o cualquier cosa con la que hacerse para luego venderla. Es propio de la naturaleza humana el hacer beneficio de las desgracias ajenas y los hay que aprovechan el caos y la ruina para apropiarse de todo lo que pueden. Muchos de ellos son los soldados que han entrado triunfantes en la ciudad, borrachos de

El príncipe de los anticuarios

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Habíamos entrado en el ala llamada Sully del Louvre. Cruzamos un largo corredor y a continuación subimos unas escaleras. Un pasillo a mano izquierda. Después una extensa sucesión de salas dedicadas a antigüedades egipcias. Giramos de nuevo a la izquierda, y por la puerta del fondo deberíamos llegar en un momento. Sin embargo, está cerrada… No puede ser. Preguntamos al vigilante señalando en el mapa la sala 46 de aquél primer piso. - Todo el departamento de objetos de arte del siglo XVIII está cerrado por reformas. Sin embargo si lo que están buscando es la sala Landau, es posible que puedan acceder a ella rodeando todo el edificio, por el lado opuesto... El señor Nicolas Landau observaba en silencio desde la habitación de aquél hotel la constelación de luces que iluminaban la ciudad. En medio de la oscuridad desde la que ocultaba su mirada, sólo el reflejo de todas la vidas que se desarrollaban al unísono ante él lo hacían visible para sí mismo en su soledad. Sin embargo, nada de lo qu

Hambre

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No tengo porqué sentirme avergonzado por nada de lo que hago, ni siquiera podría aunque lo deseara con todas mis fuerzas… En ocasiones he probado a examinar mi conciencia, y buscar en lo más profundo de ella un mínimo sentimiento de culpa: nada. Quizá sea cosa del odio, de ese rencor que nunca parece querer abandonarme y acompaña de continuo a mis pensamientos. Eso es posiblemente lo que hace que me sienta de esta manera, y que el desdén de los míos se haya convertido en mí en desprecio hacia todos: en nada me importa lo que sientan, y disfruto sembrando la destrucción por donde paso. Cuando abandoné mi casa hace ya muchos años, nadie hubiera pensado que aquél pisaverde de tez blanquecina, educado en latines y acostado en sedas, iba a convertirse en este Chauffeur que con otros como él, recorre ahora esta región y después otra, asaltando las granjas solitarias y a los viajeros desprevenidos. Hace ya mucho tiempo de mi cambio de vida, pero aún recuerdo los gestos de desaprobación de mi

Los singulares efectos de una tormenta

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Parece que llueve. Estamos en pleno agosto, y en lo poco que llevamos de vacaciones, apenas hemos podido ver asomar en el cielo una fina cinta azulada de luz. Todo es gris y mate, con ese aspecto plomizo y metálico de los días cerrados cuyo destino está escrito sin remisión: agua, frío y humedad. Afortunadamente, resulta muy distinto verlo desde una de las ventanas de la oficina, en medio del ruido y la monótona compaña del trabajo, que desde aquél lugar, en la primera planta del Louvre, con la plaza del Carrousel bajo nosotros. - Bueno, nosotros a lo nuestro. ¡Vamos!. - Vale, pero no vayas tan deprisa que no nos espera nadie. - ¿Qué no nos espera nadie?, ¿estás segura? - ¡Charles, eres como un crío! No es la primera vez que me lo dicen, y a fe mía que no será la última. Dado que es habitual en mí perder el gobierno de mis emociones en circunstancias como aquellas, quien está acostumbrada a tratarme no debió extrañarse demasiado cuando apreté el paso y eché casi a correr por los pasill

En el centro del mundo

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Cada vez que lo lanza cae, justo, en el centro del mundo. (Octavio Paz, Niño y trompo) En ocasiones, cuando uno siente en su ánimo el pesado aliento del destino, busca refugio en los recuerdos más lejanos, en aquellos en los que la inocencia caminaba de la mano de la esperanza, y el tiempo era lo suficientemente generoso con nosotros como para permitirnos disfrutar del baile de una perinola : pon una pon dos toma una toma dos toma todo todos ponen y nuestros ojos vigilaban atentos la espontánea danza de lo que está por llegar, desde aquél lugar, en el centro del mundo.

Pájaros en la cabeza

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De todos los lugares que hay en el mundo, aquellos en los que más me gustaría estar son los que no conozco. Quizá sea por eso: porque no los conozco, y en el mismo momento en que lo haga perderé el interés por ellos. ¿No crees, Charles? No, seguramente he dicho una tontería. Intento hacer que leo el periódico. Casi no cabe en el mostrador, y uno de sus extremos cae sobre la tortilla de patatas con jamon york a medio empezar que espera flácida el apetito de algún incauto parroquiano. Por fortuna no hay apenas gente y se está tranquilo… ¡eh!, ¿qué pasa?; alguien que entra en escena, y desde la distancia de la puerta, se dirige a la camarera: - ¿Maritxu, eres Maritxu? - ¿A quien le dices?, ¿a mí? - Si, ¿no eres Maritxu? - No. - ¿Segura? - Mira guapa, me acabas de bautizar… ¡no voy a saber yo cómo me llamo!. - Pues me habían dicho que te llamabas Maritxu. - Ya te digo que no, me llamo Paqui ¿quién te ha dicho eso? - La de la fruteria del Eroski. - No conozco a ninguna frutera del Eroski. -

Je t'aime

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En el ocaso, cuando las últimas luces del día rozan como la brisa aquellas rosas que siempre alguien se ocupa de cuidar, un brillo rojizo se proyecta sobre su lápida, y haciendo casi desaparecer el nombre, quedan presentes en ella la memoria de los cientos de personas que han acudido a visitarle.

Dos meses en el limbo

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A medida que pasaban las últimas semanas, he empezado a sentir la imperiosa necesidad de dejarlo todo, de colocar al final de la última de mis palabras un punto y aparte, y cerrar el cuaderno de mis días durante una temporada. Necesito terminar de olvidar algunas cosas, aclarar otras, y dedicar el tiempo que me reste a la lectura y a algunos menesteres más, que de llegar a buen puerto, me darían una alegría… También me iré de vacaciones durante dos semanas a finales de agosto, y, por supuesto, os visitaré a lo largo de todo este tiempo, aunque muchas veces lo haga de manera silenciosa. Esto último, creo que no hacía falta ni decirlo. Así que os suelto mis nubes, y la sombra, y hasta ese rayo que asoma envuelto en una luz brillante, que vuelve a traerme a la memoria aquello que Iñigo Pérez Redondo decía en su poemario “Aniversarios concéntricos”: …Y vuelves a pensar en ello, Atando el aliento A los brazos de tus sueños. Vuelves a pensar en ello… La memoria tiene estos lastres, y a cada

Les pierres sauvages

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¿Y ahora qué?. Esa es la sensación con la que uno se queda cuando ha leído un libro de esos que le dejan tal regusto, que con placer volvería a sus páginas o a otras semejantes de su mismo autor. Se puede llegar hasta a sentir algo de pereza a iniciar una nueva lectura totalmente distinta y durante unos cuantos días, por lo menos en mi caso, paso el tiempo revoloteando de aquí para allá empezando este libro, continuando aquél que dejé o releyendo alguno en que creo poder encontrar el cobijo conocido en el que todo lector errático se ha refugiado en alguna ocasión. “Les pierres sauvages” es uno de ellos, y me cuesta entender que no se haya editado ninguna traducción al castellano. Ni siquiera había oído hablar de él hasta hace algunos meses. En medio de tanta bazofia escrita por encargo para mayor gloria del famosuelo de turno, de tanto lugar común, de malas películas que pretenden traducir sus efectos especiales a palabras, etc…, parece no quedar lugar para esas obras reposadas, refl

Mon amie la rose

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Se revolvía sobre sí mismo, como la bestia que se agita en el polvo, buscando el aire que le ayudara a respirar. El corazón, cada vez más acelerado, golpeaba su pecho con fuerza, como queriendo advertir a su propietario de que se podía ir acabando el tiempo. TOC, TOC, TOC La calle estaba empapada, pero ya no llovía. Su amigo y él habían dejado los libros en casa: no, no tenemos deberes –dijeron, y salieron como almas que lleva el diablo escaleras abajo. Era importante que llegaran en 10 minutos a la playa o saldrían sin ellos. YA LLEGAMOS A fuerza de hacer presión para atrapar el aire, sus ojos fueron quedándose acuosos, humedeciendo las mejillas, hasta dejar sobre ellas una fina y brillante película que daba a su rostro un tono rosa claro. VUELVE Lo habían pensado: mejor no pasar por casa para dejar los libros. En la playa nadie se los iba a llevar si los enterraban en la arena, como en otras ocasiones, y ahora no verían alejarse esa barca, con sus amigos, hacia Santa Clara. ADIOS Una

Vuelo nocturno

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Rain Clouds, Poike Cliffs, Easter Island. 2001 Al principio pensé que lo mejor iba a ser buscar alguno de los libros que estoy leyendo, y perderme en su lectura durante un rato, justo hasta el momento en el que el sueño me atrapara por fin, y pudiera volver de nuevo a esa cama en la que me había pasado cerca de dos horas de tedioso insomnio. Todavía estoy por las primeras páginas del Epicuro de Carlos Garcia Gual, allá por donde se habla de Diógenes y su manifiesta ciudadanía universal frente al obligado orgullo de pertenecer a un grupo, a una polis. Leí cómo Arístipo de Cirene, en medio de una discusión con Sócrates, soltó aquello de que no deseaba verse enjaulado en ningún régimen cívico, pues se sentía extranjero en todas partes: Oud’eis politeían emautòn kataklefo, allà xénos pantachoû eimi Bonito, muy bonito, pero también demasiado familiar para aquellas horas de sueño y soledad. Así que preferí dejar descansando al perro que reniega de su collar para encuentros más lucidos. Al f

Se cierra el círculo

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1. Quizá esté soñando Tumbado al fondo de la playa sobre una maraña de lo que parecían viejos periódicos, dormitaba silenciosamente, como si ni él mismo se hubiera dado cuenta de que estaba ahí. Ni siquiera parece respirar. Quizá está soñando. 2. El cañonero En un primer vistazo, nuestra mirada se clavó en una inscripción que destacaba sobre las demás por su hermosura y claridad. Nos acercamos a leerla: "Gabriel Gomes Da Silva de Lisboa, cañonero de la nao corsaria de Exeter, apresado el 13 de julio del año del señor de 1756." No, no es ninguno de ellos –nos dijimos- ¿los encontraremos? 3. Sophie - ¿Y porqué Coñac? - Porque deseábamos conocer la región y buscar en éste castillo unos grafitos de los que tuvimos noticia a través de Internet. - ¿Y los han encontrado? - Sí, pero desgraciadamente no hemos podido hacer una fotografía en condiciones. Nos quedaremos con el recuerdo. - Si lo desean pueden dejarme un correo electrónico y si es posible hacerlo, se la envío. Sophie, era

La sustancia de los sueños

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Cuentan que a las lluvias las traía el mismo viento, rastrillando con sus dedos la superficie de lagos, ríos y mares para lanzar sus aguas a las alturas y dejarlas caer, como de rebote, donde la providencia lo estimara oportuno. Muchos afirmaban haber visto alzarse hasta el cielo grandes cantidades de agua, de manera que por unos instantes cambiaban su curso para dirigirse a lo alto, como si se tratara de un río celeste. Así es cómo se originan las tormentas, y cómo éstas producen naufragios, y las vidas de los navegantes cambian en un instante llegando a las orillas más insospechadas, y quedando mudada en ocasiones su condición. Aquél día de finales de abril, mientras esperábamos el momento de acercarnos a Cognac para destapar por fin el enigma que nos había llevado hasta aquellas tierras, visitamos el faro de Cordouan, uno de aquellos lugares que son pasto de los vendedores de posters, con torre rodeada de un mar tempestuoso. Según cuenta una de esas leyendas que terminan por engros