Las muertes de Fígaro

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El lunes 13 de febrero de 1837 a las nueve menos cuarto de la tarde, un hombre joven, de unos 28 años de edad, se acercó al espejo que colgaba de una de las paredes de su estudio con una pistola en la mano, la apoyó sobre la oreja derecha, y disparó. La bala le salió por encima de la sien izquierda, atravesando una puerta vidriera y clavándose en la pared.

Según se contaría después, algunas horas antes había estado en ese mismo estudio con su amante, Dolores, quién le manifestó nuevamente que todo había acabado entre ellos, que pensaba volver junto a su marido, Secretario General de la Capitanía General de Filipinas, para serle totalmente fiel. Se dijo que éste había sido el detonante último de un suicidio que venía anunciándose desde muchos meses antes en los propios escritos de éste hombre.

“Tendí una última ojeada sobre el vasto cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete de su instinto agorero.”

Eran palabras que dejaba escritas en “Día de difuntos de 1836”, uno de sus últimos artículos, que leído ahora con la perspectiva del tiempo, a uno se le antoja que aquél periodista de costumbres irónico y sagaz, se había ido convirtiendo en compañero de tinieblas de Poe y, salvando muchas distancias, del Madrid del millón de muertes de Dámaso Alonso.

Del ruido que produjo aquél disparo nadie se preocupó, quienes estaban en las estancias contiguas creyeron que había caído algún mueble, y como el señor había manifestado en más de una ocasión que no le gustaba que le importunasen mientras trabajaba, el resto de los ocupantes de la casa continuaron en sus labores sin darle mayor importancia. Tuvo que pasar un tiempo para que la niña de la casa entrara en la habitación para dar las buenas noches a su padre y se encontrara con aquél terrible espectáculo.

El hombre, como ya habrá adivinado quién ha permanecido en la lectura hasta este punto, no era otro que Mariano José de Larra, y todo lo que viene contado hasta aquí es rigurosamente cierto ¿o no?, ¿y si hubiera algo más?.

No ha sido mi costumbre hasta ahora la de recomendar lecturas, ni ejercer la crítica literaria -algo que seguro que de intentarlo me condenaría al mas terrible de los infiernos-. Sin embargo, y ya que estreno cuaderno, he pensado en hablaros de vez cuando de aquello que leo, de la impresión que me ha dado y, si es el caso, recomendároslo con la intención de que disfrutéis de él como yo lo he hecho. Se acerca el fin de semana y creo que es la ocasión ideal para llegarse a una librería y abastecerse, si se van acabando ya las provisiones, de nuevo material de lectura.

“Las muertes de Fígaro”, es la primera novela de Iñigo Pérez Redondo (Almarza, Soria 1966), autor que os puede resultar a algunos de vosotros familiar por haber colaborado en la sección de cultura de varios diarios y revistas de tirada nacional. De hecho, ha dado a luz ya varios artículos sobre este personaje, y escribió una tesis no publicada de fin de carrera en la Universidad de Navarra, lo cual nos da ciertas garantías acerca de los conocimientos que el autor tiene sobre el personaje y su época.

Pérez Redondo utiliza a su autor fetiche –así mismo lo llama él en el prólogo de esta novela- para convertirlo en centro de una sugerente e interesante trama de ficción, en la que a cada momento parece quererse avisarnos de que nada es lo que parece, y que todo aquello que se tiene por aprendido puede ser fácilmente cuestionable.

La tesis de inicio es muy sencilla: Larra no se suicidó; fue asesinado, y existen evidencias de que después de la marcha de Dolores, y hasta el mismo momento de la entrada de su hija en la estancia, estuvieron presentes en aquél lugar diferentes personas. Para investigar todo este asunto, Pérez Redondo ha creado un personaje que va a ser el protagonista absoluto de la trama, y a quien vamos a acompañar a lo largo de las casi 300 páginas que tiene este libro: Pedro Arrayoz, ex bandido, buhonero, conspirador y presidiario, reciclado en un trasunto de policia que, por motivos que no voy a explicar por no desentrañar la madeja de la historia, está empeñado en profundizar en la investigación de la muerte del escritor.

A diferencia del Jean Valjean de Hugo, este Arrayoz parece estar mas inspirado en el lado oscuro del legendario Vidoq, sus incursiones en los bajos fondos madrileños le recuerdan a uno, salvando las distancias, escenas de “Los misterios de París” de Sue y, como no, a cada momento acompaña a la trama referencias a la obra de Larra que, se supone, fácilmente conocerá el lector.

De hecho, en su búsqueda de un culpable –desde el principio rechaza la tesis del suicidio-, Arrayoz desentraña a partir de un cuadro existente en la misma escena del crimen, el código a partir del cual se reordenan algunas de las líneas del manuscrito de uno de sus más conocidos artículos, y se obtiene un importante mensaje para descubrir el posible motivo de lo que, en todo momento, considera un asesinato. No crea el lector que va a encontrarse con un nuevo “Código Da Vinci”; afortunadamente no es así, ya que el secreto de la clave ocupa sólo una parte en el desarrollo de la trama, y tras su mensaje no hay Prioratos de Sión, Marías Magdalenas ni zarandajas de ese estilo, sino conspiraciones carlistas, reyes ilegítimos, venta de armas, oscuros tratos con la carbonarios y un sin fin de aventuras en los bajos fondos madrileños, y en las fronteras con Francia y Portugal en busca de informaciones sobre el caso.

Maneja el autor con tal soltura los datos que va acumulando el misterioso Arrayoz, que no se resiste a dar referencia al lugar donde se encuentran archivados muchos de ellos, o a hechos que, por lo menos aisladamente, parecen ser reales. No en vano, en una –la única hasta el momento- crítica que he leído sobre “Las muertes…” se la compara en este aspecto, en el del modo en que desarrolla la historia, a los “Soldados de Salamina” de Cercas, pues en ocasiones confunde al lector dándole más dosis de realidad de las que cree, pero menos de las que acepta a medida que avanza el libro, ¿o no es así?.

Esta es la primera lectura que recomiendo. Si seguimos por aquí, haremos lo mismo –o lo contrario- con otras, siempre y cuando lo consideremos conveniente. Mientras tanto, y esto va para todos aquellos que sigáis mi consejo, disfrutad de este interesante caso sobre el que sobrevuela en todo momento la duda, la desconfianza en lo que parece evidente aunque inesperado, traducido por boca de nuestro protagonista en unas concluyentes palabras.

- Todo aquél que se muestra disconforme con lo establecido, corre el riesgo de ser suicidado.

Pérez Redondo, Iñigo. “Las muertes de Fígaro”. Editorial Pasifae. Madrid 2006.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
El primer recuerdo que tengo de Larra es que fue parte de un festín, junto a las Cartas Marruecas de Cadalso, del primer perro que tuve en un arrebato de golotonería canina que nunca llegué a comprender.
El segundo, viene de una visita, hace ya muchos años, a un museo madrileño de cuyo nombre no puedo acordarme donde se exibían algunos manuscritos del suicida.
Me lo has vuelto a traer a la memoria, Charles, disfrazado de misterio ante una trama que me atrae como un mal sueño. Mucho me temo que tu recomendación tornará en obligación, tanto me han seducido tus palabras...
Anónimo ha dicho que…
¿Por qué no aparece mi comentario en el contador? dilema hamletiano, existo o no?
Charles de Batz ha dicho que…
Existes, gracias al cielo existes amiga Vailima, aunque las desconocidas costumbres de éste nuevo servidor en el que he sentado mis reales, parezcan tener algo en contra de los comentarios. Por lo menos, ya nos hemos librado de los inaguantables bloqueos del bitacoras.com.

Creo que el museo al que te refieres es el Museo Romántico, ahora cerrado por reformas, y a mí como creo que a tí, Larra me trae recuerdos muy lejanos, de primeras lecturas y grandes descubrimientos -que es como decir lo primero-.

Salud
Anónimo ha dicho que…
Vale, no eres cr´tico, pero es buena idea lo de las recomendaciones. Hay libros que si no fuera por eso, jamás llegarían a nuestras manos.

Un beso

(Has hecho bien con la mudanza. Yo estuve de aquí para allá, bitacoras.com inclusive, pero fue llegar aquí y echar raíces.)
Anónimo ha dicho que…
Lo sabía, tenía que haber una Dolores, para aclarar la tragedia, y si no, nos la inventamos, estos honorables suicidas no merecen el honor de darles tierra.

Pues no se la demos, en su honor.
Anónimo ha dicho que…
Dolores, y de apellido Armijo, este es uno de los datos ciertos ¿O no?
No puedo sino felicitar al autor del post, pues describe perfectamente este libro sin quitarle nada y añadiendo las ganas de leerlo.
Lunes 13 de febrero de 1837, en Madrid, día e carnaval y de muerte.
Si se me permite una recomendación, aunque sea mucho Larra, lean este libro y hagan lo mismo, si no lo hicieron en su tiempo, con "Flores de plomo" de Juan Eduardo Zúñiga.
Charles de Batz ha dicho que…
aminuscula: si que creo que es bueno de recomendar lecturas vividas, sean verdaderas o falsas. Desde luego que he hecho bien con la mudanza; atrás quedan los engorrosos cuelges de bitacoras.com.

Anarkasis: dejemos la tierra para los muertos, pues en su manto solo cabe el olvido. Acertada y brillante reflexión, y, como bien dices, sino, nos la inventamos. Así es.

Herri: dicen que la Armijo murió poco después cruzando el cabo de Buena Esperanza en dirección a Filipinas ¿O no?. Intuyo -y no esperaba menos- que como Anarkasis has profundizado en la realidad de esta obra. La guardaremos pues en ese rincón especial de la biblioteca. Gracias por la recomendación, pues queda convertida en una de mis próximas lecturas.

Salud
Anónimo ha dicho que…
Mmm desde la segunda linea ya pensaba: es un asesinato. No sé si es que veo demasiado CSI, que siempre me ha gustado demasiado el querido Holmes, o que indudablmente soy una autentica malpensada. "La sencillez por si misma, Watson" ;)

Me gusta esta sección de recomendaciones literarias y de opinión propia e íntima sobre ellas.
Briseida ha dicho que…
Sí, la crítica del no profesional de ella, sino del amante de la lectura, es para mí mucho más de fiar.
Gracias, Charles.
También pienso que te sentirás a gusto en Blogger.

Un abrazo!
Anónimo ha dicho que…
¡Charles no te dediques a comentar muchos libros que vas a ser mi ruina!. Con comentarios tan jugosos como este me veo impelida, cual Cleopatra suicida, en pos, en vez de aspid, de "Las muertes de Fígaro". Fantástico el acercamiento que nos haces al mismo, dejándonos con la miel en los labios de saber más.
Raúl ha dicho que…
Muy interesante post... Me hizo recordar cuanta falta me hace leer novelas y textos distintos a los periodísticos. A veces uno se encasilla un poco... En mi caso, siempre gusté mucho de la literatura en todas sus formas. así que trataré de retomar el hábito.

Saludos y gracias por compartir conmigo tu experiencia con el director de "las tortugas", resolviendo un poco mi duda...

Saludos!

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