De Goussier a Bonfils
Hay ocasiones en las que después de una larga ausencia, y tras mucho tiempo sin escribir sobre otra cosa que un tema muy particular del que no viene a cuento hacer mención, uno se queda como estancado, sin nada que decir, pero con un enorme deseo de dar de alguna manera testimonio de su presencia en este lugar.
Así que la solución es echar mano de las transcripciones de lo que ya está escrito, de algo que en su momento llamó nuestra atención y quedó guardado en el cajón de espera para momentos como este.
En esta ocasión, traduzco peor que mejor una carta que a mí me pareció interesante, y creo que dado el tono de esta casa, tiene perfecta cabida en ella. Se trata de un escrito dirigido a Antoine Joseph, padre del injustamente olvidado Antoine de Bonfils, por su amigo Louis-Jacques Goussier, matemático y uno de los principales ilustradores de la Enciclopedia de Diderot.
Así que la solución es echar mano de las transcripciones de lo que ya está escrito, de algo que en su momento llamó nuestra atención y quedó guardado en el cajón de espera para momentos como este.
En esta ocasión, traduzco peor que mejor una carta que a mí me pareció interesante, y creo que dado el tono de esta casa, tiene perfecta cabida en ella. Se trata de un escrito dirigido a Antoine Joseph, padre del injustamente olvidado Antoine de Bonfils, por su amigo Louis-Jacques Goussier, matemático y uno de los principales ilustradores de la Enciclopedia de Diderot.
---------------------------
Querido Antoine:
Como ya imagino, habrás sabido de mi marcha apresurada de París por boca de otros, -¡lenguas alargadas que corren a difundir habladurías!-, sin que me hayan dejado tiempo a ser yo quien te dé noticia de ello, y te explique las razones que me han movido a estar hoy a tantas leguas de distancia de mis seres queridos.
Sabes de mi espíritu inquieto, de mi deseo de conocer todo aquello que se nos oculta lejos de los salones y las academias, y en tu carta, que me ha llegado en el correo de hoy, manifiestas estar al tanto del acuerdo al que he llegado con el Señor Diderot. Así que ya no será necesario advertirte de que desde hace dos meses y durante unos cuantos más, vagaré por todo el país visitando factorías y talleres, pueblos, ciudades y aldeas, recopilando en mis dibujos todo aquello que vean mis ojos y sirva para ilustrar ese gran proyecto al que llamamos La Enciclopedia.
Por ahora, de muchos de los lugares que he intentado visitar me han echado a palos, sospechando que soy espía de algún tipo o que vengo a robarles algo… ¡quedarías sorprendido al escuchar las cosas que me han dicho!. Pero afortunadamente los hay donde no me han considerado así, han creído en mis palabras y me han explicado las labores que realizan, enseñándome todas y cada una de sus herramientas y maquinaria, dejándome luego dibujar todo ello a placer mientras ellos continúan con sus tareas.
Puede que en alcanzar esta confianza haya tenido algo que ver el dinero que finalmente me he visto obligado a ofrecerles, aunque también he aprendido que a pesar de ello no son pocas las veces en las que me intentan despachar con cuatro informaciones erróneas y ridículas que no llevan a ninguna parte.
Si has visitado al señor Bernard, nuestro amigo el grabador, habrás visto ya las primeras pruebas que le he enviado hace unas semanas ¿qué te parecen? Al dibujarlas, he procurado seguir siempre un mismo sistema descriptivo que resulte sencillo y fácil de entender: así, cuando el proceso que narro es largo, empleo una plancha para describir cada una de sus fases y la utilería que emplean en ellas. Verás además, que en todas coloco una escala graduada para que siempre se pueda saber el tamaño real de los objetos.
Como ya imagino, habrás sabido de mi marcha apresurada de París por boca de otros, -¡lenguas alargadas que corren a difundir habladurías!-, sin que me hayan dejado tiempo a ser yo quien te dé noticia de ello, y te explique las razones que me han movido a estar hoy a tantas leguas de distancia de mis seres queridos.
Sabes de mi espíritu inquieto, de mi deseo de conocer todo aquello que se nos oculta lejos de los salones y las academias, y en tu carta, que me ha llegado en el correo de hoy, manifiestas estar al tanto del acuerdo al que he llegado con el Señor Diderot. Así que ya no será necesario advertirte de que desde hace dos meses y durante unos cuantos más, vagaré por todo el país visitando factorías y talleres, pueblos, ciudades y aldeas, recopilando en mis dibujos todo aquello que vean mis ojos y sirva para ilustrar ese gran proyecto al que llamamos La Enciclopedia.
Por ahora, de muchos de los lugares que he intentado visitar me han echado a palos, sospechando que soy espía de algún tipo o que vengo a robarles algo… ¡quedarías sorprendido al escuchar las cosas que me han dicho!. Pero afortunadamente los hay donde no me han considerado así, han creído en mis palabras y me han explicado las labores que realizan, enseñándome todas y cada una de sus herramientas y maquinaria, dejándome luego dibujar todo ello a placer mientras ellos continúan con sus tareas.
Puede que en alcanzar esta confianza haya tenido algo que ver el dinero que finalmente me he visto obligado a ofrecerles, aunque también he aprendido que a pesar de ello no son pocas las veces en las que me intentan despachar con cuatro informaciones erróneas y ridículas que no llevan a ninguna parte.
Si has visitado al señor Bernard, nuestro amigo el grabador, habrás visto ya las primeras pruebas que le he enviado hace unas semanas ¿qué te parecen? Al dibujarlas, he procurado seguir siempre un mismo sistema descriptivo que resulte sencillo y fácil de entender: así, cuando el proceso que narro es largo, empleo una plancha para describir cada una de sus fases y la utilería que emplean en ellas. Verás además, que en todas coloco una escala graduada para que siempre se pueda saber el tamaño real de los objetos.
Y es que bien mirado, mi querido amigo, el mes me ha dado para mucho: visité una conocida factoría cristalera en Marne, una forja de Borgoña, la consulta de un cirujano en Anjou, y todo a lo largo de nuestra costa del Atlántico he ido aprendiendo numerosas técnicas de pesca: ¡te asombrarías al descubrir la multitud de variantes que hay!.
En Douarnenez, por ejemplo, me mostraron cómo se ahumaban sardinas en una especie de porche siguiendo una antigua tradición: esto es algo muy raro si se tiene en cuenta que en la mayor parte de los lugares se limitan a dejarlas salar durante un tiempo dentro de un barril. Así que sin pensármelo dos veces me senté frente a ellos, y cuando el olor y el humo me lo permitían, fui dibujando la escena, mientras era rodeado poco a poco por numerosos curiosos de los contornos que se habían llegado hasta allá, atraídos por la noticia de que encontrarían a un forastero –el primero que aparecía en meses- que tenía la extraña costumbre de dibujar todo lo que se le mostraba.
Los hubo que se presentaron ante mí con figurillas de santos –algunas con el aspecto más siniestro que puedas imaginar-, artilugios de todo tipo, rarísimas mascotas, mostrando extrañas heridas, o simplemente con el deseo de contarme misteriosas historias de brujas y tesoros…
Como puedes imaginar, mi buen camarada, estoy cada vez más acostumbrado a que esta situación se repita, por lo que apenas abandono lo que estoy haciendo, ni hago caso de los gritos y zalamerías que me hacen. Sin embargo, en esto también hay excepciones: el párroco de Douarnenez, un hombre con una cierta cultura llamado Ignace D’Arridon, me contó una curiosa e interesante historia sobre un alga, que por no extenderme callo, aunque puedo dártela a conocer en mi próxima carta si así lo deseas y si no, podrás leer sobre ello en uno de los artículos que voy a escribir para La Enciclopedia.
En Douarnenez, por ejemplo, me mostraron cómo se ahumaban sardinas en una especie de porche siguiendo una antigua tradición: esto es algo muy raro si se tiene en cuenta que en la mayor parte de los lugares se limitan a dejarlas salar durante un tiempo dentro de un barril. Así que sin pensármelo dos veces me senté frente a ellos, y cuando el olor y el humo me lo permitían, fui dibujando la escena, mientras era rodeado poco a poco por numerosos curiosos de los contornos que se habían llegado hasta allá, atraídos por la noticia de que encontrarían a un forastero –el primero que aparecía en meses- que tenía la extraña costumbre de dibujar todo lo que se le mostraba.
Los hubo que se presentaron ante mí con figurillas de santos –algunas con el aspecto más siniestro que puedas imaginar-, artilugios de todo tipo, rarísimas mascotas, mostrando extrañas heridas, o simplemente con el deseo de contarme misteriosas historias de brujas y tesoros…
Como puedes imaginar, mi buen camarada, estoy cada vez más acostumbrado a que esta situación se repita, por lo que apenas abandono lo que estoy haciendo, ni hago caso de los gritos y zalamerías que me hacen. Sin embargo, en esto también hay excepciones: el párroco de Douarnenez, un hombre con una cierta cultura llamado Ignace D’Arridon, me contó una curiosa e interesante historia sobre un alga, que por no extenderme callo, aunque puedo dártela a conocer en mi próxima carta si así lo deseas y si no, podrás leer sobre ello en uno de los artículos que voy a escribir para La Enciclopedia.
Vayamos a otros asuntos. Además de amonestarme por mi salida presurosa y sin aviso, me das noticia en tu carta de la fama que ha adquirido en los salones mi “Choregraphie”. Bueno, hablemos mejor de las copias clandestinas que circulan de mano en mano, enriqueciendo a más de uno a costa de mi trabajo y de esa imperiosa necesidad que tiene más de un petit maitre y alguna joven dama de dar con el mejor tono en los bailes. ¡Que dancen como quieran, que levanten el brazo cuando no deben o saluden a su pareja a destiempo!: sin la ayuda de los caminos que he trazado sobre el papel para seguir los pasos adecuados en cada danza, poco podrán hacer si no es el ridículo.
He pensado, querido amigo, mucho en nuestra última conversación, cuando me preguntabas si realmente me valía la pena salir a estos caminos, lejos del calor de nuestra amada París, a recolectar la fama y la fortuna para quienes allí se quedan. Pues bien, ahora te digo que el mérito quedará para ellos del mismo modo que siempre ha ido a manos de los grandes, desde el inmortal Homero hasta nuestro apreciado señor de Arouet, ¡sí!: de esa manera en la que todo el mundo llena la boca con su nombre, pero nadie, menos unos pocos los ha leído.
Sin embargo, nadie conocerá a tu amigo Goussier... Pero pasarán los años con la misma rapidez que los curiosos corren por las páginas de esta Enciclopedia, y será cuando el hojeador llegue a alguno de estos dibujos que me han traído lejos de mi casa, el momento en que su rápida mirada se detendrá, y a través de mi trazo oirán el sonido de los martinetes golpeando el metal en las ferrerías, sentirán la placentera vibración del agua desplazándose con rapidez por canales y conductos, revisaran curiosos las colecciones de aparejos que reproduzco, e incluso llevarán sus pañuelos a las narices cuando vean a mis pescadores normandos secando sardinas. ¡Y aún piensas que no vale la pena!
Más me vale esto que quedar como el señor Diderot, huyendo de las confabulaciones jesuíticas, de la envidia de los consejeros reales, y entrando y saliendo de prisión a pesar de la protección de Malesherbes, amigo nuestro y Censor Real. El otro, el aristócrata, permanecerá como siempre sentado a su mesa sin decir nada, garabateando repetidas veces una serie de letras que une y separa en todas las combinaciones imaginables…
Sin embargo, nadie conocerá a tu amigo Goussier... Pero pasarán los años con la misma rapidez que los curiosos corren por las páginas de esta Enciclopedia, y será cuando el hojeador llegue a alguno de estos dibujos que me han traído lejos de mi casa, el momento en que su rápida mirada se detendrá, y a través de mi trazo oirán el sonido de los martinetes golpeando el metal en las ferrerías, sentirán la placentera vibración del agua desplazándose con rapidez por canales y conductos, revisaran curiosos las colecciones de aparejos que reproduzco, e incluso llevarán sus pañuelos a las narices cuando vean a mis pescadores normandos secando sardinas. ¡Y aún piensas que no vale la pena!
Más me vale esto que quedar como el señor Diderot, huyendo de las confabulaciones jesuíticas, de la envidia de los consejeros reales, y entrando y saliendo de prisión a pesar de la protección de Malesherbes, amigo nuestro y Censor Real. El otro, el aristócrata, permanecerá como siempre sentado a su mesa sin decir nada, garabateando repetidas veces una serie de letras que une y separa en todas las combinaciones imaginables…
Comentarios
Nos deja ver su interés, su compromiso con el proyecto, y sobre todo su libertad de pensamiento, al margen de cualquier corriente. Indudablemente la Enciclopedia no podría haber existido sin gente como él, y lo que más se conoce hoy de la Enciclopedia, no como su espíritu sino como como documento, son sus magníficos grabados.
Añado una cosa que me resultó como mínimo llamativa; la mejor edición que se ha hecho de La Encilopedia en el siglo pasado fué la de Franco Maria Ricci, una obra monumental y perfecta, de un precio muy poco asequible pero menor del que se cobran por ricos facsímiles; en España solamente se vendió una.
Un saludo. Y gracias por regalarnos tus palabras.
Debemos muchísimo a aquellos enciclopedistas. Te agradezco darme a conocer el trabajo titánico y apasionante de su creación.
Un saludo y esperemos que con calma estemos, ambos, más desocupados.
Anarkasis:¿sol?,!con lo bien que se estaba a la sombra, debajo de un árbol escuchando al viento!. Nada, que sólo por veros pasar por aquí vale la pena volver.
Herri: no tenía ni idea, paso a buscar información sobre esa edición de la que me hablas porque, te lo aseguro, no fui yo el que la compró ;-).
Aunque no me creáis en esta anotación se ha dado una de nuestras habituales serendipias, y muy curiosa además: basta con mirar la fecha en que he publicado esta anotación y aquella en la que colgé esa que enlazo referente a Antoine de Bonfils. !Os aseguro que ha sido casualidad!. ja, ja, ja..
Por último, la edición que empleo de La Enciclopedia es una que está completa tanto en los texto como en las ilustraciones y que me la trajo mi fiel mula de aquél purgatorio en el que descansan tantas maravillas. Allá podréis encontrarla con casi 2 gb y medio, y bajando a bastante velocidad.
Itoiz, poco nos ha durado la claridad, ya que por lo menos hoy, ha vuelto con bastante soltura. De cualquier manera, ya me he agenciado un buen paraguas y aquí me quedo durante una temporada. Celebro haberte hecho tan agradables esos minutos que pasas junto al café de la tarde.
Goathemala, así es: para aglutinar tantos saberes antes tuvieron que aprenderlos. Es por ello que aunque siempre se recuerde el nombre de dos o tres, fueron muchos, muchísimos, los que participaron en semejante labor. En cierta medida fue como una internet de papel... Esperemos que lleguen pronto los días en que estemos más desocupados, si señor.
Vere, esto de pasar unas semanas bajo esas nubes que han avisado a mis amigos de mi ausencia ;-P, me ha dado algo de tiempo para pensar y dedicarme a esas lecturas que ahora, imagino, traeran este y otros textos. Sólo espero que puedan tener algún interés para vosotros.
Muchas gracias a los cinco.
Salud y buen fin de semana.
De todas formas por muchos inconvenientes que le hayan puesto a Goussier a la hora de recopilar la información, su viaje para recabarla debió de ser interesantísimo a juzgar por esta carta.
Te doy las gracias por estos buenos momentos que me haces pasar y lo mucho que aprendo contigo.
Un abrazo y feliz fin de semana.
Personas como Goussier, empeñadas en estudiar y hacer al resto del mundo partícipes de sus (re)descubrimentos, merecen cuando menos, un espacio en tu Cuaderno.
Ahora las cosas son más fáciles y basta dar a un botón para que sean de domínio público, pero antes -lo he pensado tantas veces- dificultades de toda índole se intreponían entre el hombre empeñado en esa misión (cartógrafos, ilustradores, científicos...)y el resto del mundo, ¿verdad?
Desde luego que la Historia no se hubiera escrito de la misma manera sin sus aportaciones.
Un beso, guapo.
Gracias por tan buena exposición y buen fin de semana.
Nos seguiremos leyendo
Feliz fin
Isabel, en cierta manera queda el consuelo de saber que a Goussier la fama le importaba más bien poco y que era su propio trabajo, su arte, lo que realmente le interesaba. Corro a seguir las novedades en el Viaje de la reina Dido.
Herri, es cierto lo que cuentas sobre el libro como forma de inversión y, hasta cierto punto, produce un poco de rechazo ¿cómo es que se pueda tener una joya, por muy facsímil que sea, sin desembalar?: respondo con otra pregunta ¿cómo se llama al que no sabe apreciar lo que tiene?.
Con respecto a lo de la mula, si tienes cualquier problema, no dudes en decírmelo por el correo y encantado te echo un cable.
Angelusa, verdad, es verdad lo que dices.Pero son quizá esas dificultades con las que se enfrentaban, ese esfuerzo intelectual y el mismo riesgo que corrían, lo que seguramente hacen de todo aquello experiencias únicas, admirables.
Ula, eso es lo que realmente se ve en él: ama su trabajo, desea conocerlo en profundidad y emplearlo de la manera más adeacuada para reflejar con simples trazos un proceso de fabricación o la construcción de un edificio. Si, el tiempo pone a cada uno en su lugar... a veces.
Alida, gracias por pasarte por aquí, espero que vuelvas.
Muchas gracias todos por vuestros comentarios.
Salud
un saludo
Leerte es un constante master...
Sino sabes sobre que escribir escribe sobre tu ausencia.. algo andarias haciendo por ahí ;)
Ofelia, lo que a mi me gusta es veros pasar por aquí, con vuestras palabras que son para mí como una bocanada de aire fresco.
Isabel, estaba en ascuas, ahora mismo he pasado a leerlo. Claro que sí, y en este caso ese algo es suficiente, lo que realmente importa es la buena marcha de tu relato.
Medea, bien-reaparecida por esta casa. Si te digo la verdad, ésta última ha sido seguramente una de las ausencias bitacoreras más estériles que he tenido. Ná de ná que se suele decir. En fín que le vamos a hacer.
Muchas gracias por vuestros comentarios y, ya sabéis: la mejor de las saludes y mucha fraternidad.
Y leyendo descubro que el ser humano tampoco ha cambiado demasiado...
Un abrazo