Hambre
No tengo porqué sentirme avergonzado por nada de lo que hago, ni siquiera podría aunque lo deseara con todas mis fuerzas… En ocasiones he probado a examinar mi conciencia, y buscar en lo más profundo de ella un mínimo sentimiento de culpa: nada.
Quizá sea cosa del odio, de ese rencor que nunca parece querer abandonarme y acompaña de continuo a mis pensamientos. Eso es posiblemente lo que hace que me sienta de esta manera, y que el desdén de los míos se haya convertido en mí en desprecio hacia todos: en nada me importa lo que sientan, y disfruto sembrando la destrucción por donde paso.
Cuando abandoné mi casa hace ya muchos años, nadie hubiera pensado que aquél pisaverde de tez blanquecina, educado en latines y acostado en sedas, iba a convertirse en este Chauffeur que con otros como él, recorre ahora esta región y después otra, asaltando las granjas solitarias y a los viajeros desprevenidos.
Hace ya mucho tiempo de mi cambio de vida, pero aún recuerdo los gestos de desaprobación de mi padre a todo lo que hacía, y ese enfermizo interés de mis hermanos por anularse los unos a los otros frente al primogénito, al heredero de nuestra casa. Los veía ridículos intentando hacer méritos como cortesanos, engañándose y poniéndose trampas, para después correr a la iglesia a dar golpes a sus pechos y exorcizar al pecado de nuestra inmaculada región ¡ja!
Era voluntad del diablo, si es que alguien la tiene en este miserable mundo, que algún día abandonara ese sucio y perdido rincón, y saltara a los caminos a buscarme el pan de la manera más honorable que se me ofreciera. Y el día que lo hice, estaba más que convencido de que nada había mejor que la resolución que había tomado. ¡Al infierno con todo lo que quedaba detrás!
¿Chauffeurs?, me dije la primera vez que oí el nombre en una taberna de Tours, sin llegar a adivinar de que se trataba:
- ¿Qué quiere decir eso en vuestra jerga? –pregunté
- Nada
- ¡Cómo que nada!
- Que no es jerga
- ¿Entonces, que cosa es?
- Algo que te hará callar la boca si no quieres tener lo piés calientes –me respondió aquél anciano desde su mesa, coreado por las carcajadas de aprobación de sus compañeros.
Entonces era algo más joven y bastante pardillo, y no se me ocurrió mejor cosa que mostrar el puño a aquél hombre en signo de duelo… ¡estúpido pisaverde!: alguien cerró la puerta del lugar, y ante la oportuna ausencia del mesonero, me desnudaron completamente, me acercaron al hogar y metieron mis pies en el fuego.
- Un “chauffeur” sabe como sacar la información a sus víctimas: primero amenaza a la familia, y después mete en el fuego sus pies, de ahí tenemos el nombre. Con eso es suficiente para que cante y nos diga donde guarda su dinero, sino puede que pensemos en calentar su cabeza. ¿Qué me dice a esto forastero?
- Que os podéis quedar con todo el dinero que llevo oculto en el sombrero, pero si me llevais con vosotros os diré como ganar más aún.
Recuerdo que fue por la época en la que el emperador Bonaparte fue enviado preso a una lejana isla cuando me uní a este grupo. Lo recuerdo porque entonces eran todos ellos antiguos soldados licenciados, que no tenían qué meterse en la boca ni conocimiento de oficio alguno que no fuera el del uso de las armas.
El viejo al que había cometido el error de amenazar era el jefe de la cuadrilla, y con él corrían los caminos su hijo y un par de docenas de sujetos entre los que había hombres, mujeres, ancianos y hasta niños, que respondían a nombres como los de “Fleur-d'Epine”, “Jean le Canonnier”, o “Beau François”. Durante todo este tiempo, unos se han ido y otros han sido presos o muertos, hasta que ha llegado el momento en que soy yo el que sustituye al anciano.
Aquél murió al poco de llegar yo de una cuchillada perdida en una trifulca que se nos ofreció con unos soldados. A su hijo, lo invitamos a acompañarlo al poco, y aunque se resistió a ello, más pudo nuestra insistencia que el aleteo de sus brazos y piernas mientras le rebanábamos el cuello. Así son las cosas y si no se las hace uno, las hará otro para sí.
El hambre es nuestro mayor enemigo y el silencio con que lo padecemos es su confidente. Por eso, no hay día en que estemos parados, y si no es huyendo, estamos persiguiendo a nuestra presa y dándole caza con la alegría de quién pronto va a disfrutar de los beneficios de un nuevo botín.
Nuestra visita a la granja de Milhouard, propiedad del hermano de un conocido cura de Orleáns, ha dado mucho que hablar. De ella nos hemos llevado un generoso botín, más de lo que hubiéramos esperado, y allá hemos dejado el recuerdo de nuestra visita que servirá de aviso para todo aquél que se resista a decirnos donde guardan las cosas de valor. Dicho queda, y por escrito, porque Verba volat, scripta manet.
Uno de los objetos que se cuidaba con más secreto en aquella granja era una caja que, a lo que hemos sabido después, contenía un juego que pertenecía al pater de Orleáns. Curioso y muy útil para mí, pues en él hay una serie de figurillas geométricas ajustadas cada una de ellas en una cavidad hecha para su forma. De todos nosotros yo soy el único capaz de devolverlas a su sitio, los demás son incapaces o el alcohol que a todas horas nubla su entendimiento, les impide hacerlo.
Lo guardo para mí como un tesoro, pues en cierta manera me recuerda que no soy igual que ellos, y además encierra mil y un secretos, a los que vuelvo en mis momentos de soledad intentando desentrañarlos… Hay en su interior un letrero pegado a la tapa que dice:
¿Quiénes serán esos príncipes de los que habla?, ¿a qué de hacer tal juguete?, ¿cuál habrá sido su destino, que ya se han separado de un recuerdo de su infancia?... Intento imaginar como ha podido ser todo ello, y a cada vez ideo una historia diferente que siempre termina en mí… Y me pregunto yo, ¿terminará todo esto en mí?; ¿y si no fuera así?
Quizá sea cosa del odio, de ese rencor que nunca parece querer abandonarme y acompaña de continuo a mis pensamientos. Eso es posiblemente lo que hace que me sienta de esta manera, y que el desdén de los míos se haya convertido en mí en desprecio hacia todos: en nada me importa lo que sientan, y disfruto sembrando la destrucción por donde paso.
Cuando abandoné mi casa hace ya muchos años, nadie hubiera pensado que aquél pisaverde de tez blanquecina, educado en latines y acostado en sedas, iba a convertirse en este Chauffeur que con otros como él, recorre ahora esta región y después otra, asaltando las granjas solitarias y a los viajeros desprevenidos.
Hace ya mucho tiempo de mi cambio de vida, pero aún recuerdo los gestos de desaprobación de mi padre a todo lo que hacía, y ese enfermizo interés de mis hermanos por anularse los unos a los otros frente al primogénito, al heredero de nuestra casa. Los veía ridículos intentando hacer méritos como cortesanos, engañándose y poniéndose trampas, para después correr a la iglesia a dar golpes a sus pechos y exorcizar al pecado de nuestra inmaculada región ¡ja!
Era voluntad del diablo, si es que alguien la tiene en este miserable mundo, que algún día abandonara ese sucio y perdido rincón, y saltara a los caminos a buscarme el pan de la manera más honorable que se me ofreciera. Y el día que lo hice, estaba más que convencido de que nada había mejor que la resolución que había tomado. ¡Al infierno con todo lo que quedaba detrás!
¿Chauffeurs?, me dije la primera vez que oí el nombre en una taberna de Tours, sin llegar a adivinar de que se trataba:
- ¿Qué quiere decir eso en vuestra jerga? –pregunté
- Nada
- ¡Cómo que nada!
- Que no es jerga
- ¿Entonces, que cosa es?
- Algo que te hará callar la boca si no quieres tener lo piés calientes –me respondió aquél anciano desde su mesa, coreado por las carcajadas de aprobación de sus compañeros.
Entonces era algo más joven y bastante pardillo, y no se me ocurrió mejor cosa que mostrar el puño a aquél hombre en signo de duelo… ¡estúpido pisaverde!: alguien cerró la puerta del lugar, y ante la oportuna ausencia del mesonero, me desnudaron completamente, me acercaron al hogar y metieron mis pies en el fuego.
- Un “chauffeur” sabe como sacar la información a sus víctimas: primero amenaza a la familia, y después mete en el fuego sus pies, de ahí tenemos el nombre. Con eso es suficiente para que cante y nos diga donde guarda su dinero, sino puede que pensemos en calentar su cabeza. ¿Qué me dice a esto forastero?
- Que os podéis quedar con todo el dinero que llevo oculto en el sombrero, pero si me llevais con vosotros os diré como ganar más aún.
Recuerdo que fue por la época en la que el emperador Bonaparte fue enviado preso a una lejana isla cuando me uní a este grupo. Lo recuerdo porque entonces eran todos ellos antiguos soldados licenciados, que no tenían qué meterse en la boca ni conocimiento de oficio alguno que no fuera el del uso de las armas.
El viejo al que había cometido el error de amenazar era el jefe de la cuadrilla, y con él corrían los caminos su hijo y un par de docenas de sujetos entre los que había hombres, mujeres, ancianos y hasta niños, que respondían a nombres como los de “Fleur-d'Epine”, “Jean le Canonnier”, o “Beau François”. Durante todo este tiempo, unos se han ido y otros han sido presos o muertos, hasta que ha llegado el momento en que soy yo el que sustituye al anciano.
Aquél murió al poco de llegar yo de una cuchillada perdida en una trifulca que se nos ofreció con unos soldados. A su hijo, lo invitamos a acompañarlo al poco, y aunque se resistió a ello, más pudo nuestra insistencia que el aleteo de sus brazos y piernas mientras le rebanábamos el cuello. Así son las cosas y si no se las hace uno, las hará otro para sí.
El hambre es nuestro mayor enemigo y el silencio con que lo padecemos es su confidente. Por eso, no hay día en que estemos parados, y si no es huyendo, estamos persiguiendo a nuestra presa y dándole caza con la alegría de quién pronto va a disfrutar de los beneficios de un nuevo botín.
Nuestra visita a la granja de Milhouard, propiedad del hermano de un conocido cura de Orleáns, ha dado mucho que hablar. De ella nos hemos llevado un generoso botín, más de lo que hubiéramos esperado, y allá hemos dejado el recuerdo de nuestra visita que servirá de aviso para todo aquél que se resista a decirnos donde guardan las cosas de valor. Dicho queda, y por escrito, porque Verba volat, scripta manet.
Uno de los objetos que se cuidaba con más secreto en aquella granja era una caja que, a lo que hemos sabido después, contenía un juego que pertenecía al pater de Orleáns. Curioso y muy útil para mí, pues en él hay una serie de figurillas geométricas ajustadas cada una de ellas en una cavidad hecha para su forma. De todos nosotros yo soy el único capaz de devolverlas a su sitio, los demás son incapaces o el alcohol que a todas horas nubla su entendimiento, les impide hacerlo.
Lo guardo para mí como un tesoro, pues en cierta manera me recuerda que no soy igual que ellos, y además encierra mil y un secretos, a los que vuelvo en mis momentos de soledad intentando desentrañarlos… Hay en su interior un letrero pegado a la tapa que dice:
¿Quiénes serán esos príncipes de los que habla?, ¿a qué de hacer tal juguete?, ¿cuál habrá sido su destino, que ya se han separado de un recuerdo de su infancia?... Intento imaginar como ha podido ser todo ello, y a cada vez ideo una historia diferente que siempre termina en mí… Y me pregunto yo, ¿terminará todo esto en mí?; ¿y si no fuera así?
Comentarios
Saludos.
Me gusta como has colocado al hambre en la historia, presidiendola y adentrándose en ella como una bruma que disculpara la iniquidad de los Chauffeurs.
Y por supuesto, Charles, el broche del final que a todos nos hace siempre parecer que habrá continuidad cuando lo que en realidad pretendes es abrir ensoñaciones. Y lo conseguiste en mi caso.
Un abrazo.
P.D.- Creo que va a ser hora de hacer otra incursión por tus textos antiguos.
Saludos.
saludos y feliz regreso
Al principio, amigo Pedro o Goathemala, he quedado un poco confundido, ya que no sabía que eras tu, y quien me escribía lo hacía como si no fuera la primera vez. Cosas de los blogs.
Por cierto, Vailima, que con el comienzo del curso vuelven las serendipias. La primera está oculta en esta anotación y la segunda... tu has hablado de cierres sin llaves ni cerraduras, y yo te digo: espera a la próxima anotación (espero que no sea tanto como a ésta).
Gracias por el testimonio de vuestra visita.
Salud
Aunque tu relato no siga en busca del tesoro, yo ya lo he encontrado, está en tu texto.
Salud.
Siempre logras que volvamos corriendo para poder sumergirnos en tus relatos.
Un abrazo
Menudas piezas los de Orgères, amigo Herri, tirando, tirando de esta historia que tiene más de real de lo que imagináis y menos de lo que pretendo, me encontre con el asalto a esa granja y sus autores, uno de los cuales es el que protagoniza esta anotación. Un tipo muy poco recomendable, por cierto.
Itoiz, en ello estoy, de ahí que entre el trabajo y esa empresa tenga menos tiempo para estar por aquí y mis anotaciones puedan parecer algo apresuradas. Gracias por tus palabras, tienen gran valor para mí viniendo de donde vienen.
Leo, espero que sea por mucho tiempo el interés por lo que cuento y que a los juguetes, principes desconocidos, bandidos e inventores vayan uniéndose poco a poco muchos más personajes.
El lujo, Lady, es poder mirar atrás y ver muy pequeñitas y lejanas en el tiempo las palabras que nos reunieron a todos nosotros en este vecindario por primera vez. Eso y poder seguir contando con la presencia de vuestras cálidas palabras, es lo que realmente es un lujo. Lo demás son, Ebenezer Scrooge dixit, !paparruchas!.
Muchas gracias por el testimonio de vuestro paso.
Salud
De entrada veo en los comentarios que Itoitz opina como yo en que debes escribir un libro, pero por tus respuestas veo que ya estás en ello. ¡Me alegra muchísimo! Tu talento para escribir debe de ir más allá del blog, aunque éste pueda ser un buen entrenamiento y una forma de tener ya una serie de lectores y fans por adelantado, entre los que me encuentro.
Seguiremos la intriga sobre el prime juguete creado por Baradelle
(¿Será una cometa?), y los príncipes, ¿son los hijos de Valerio de Pignatelli, el Dragón de Bonaparte?
¿Terminará la historia?
Lo mejor es leerla pues además de deleitarme en ella aprendo muchas cosas gracias a esos enlaces que nos incluyes y a la curiosidad que despiertan, hasta encontrar el punto en que se encuentran ficción y realidad.
Un abrazo cariñoso.
Yo también tengo la sensación, como otros amigos de blog, de estar asistiendo a la auténtica primicia de un libro en ciernes. Puede que "tu empresa" te lleve por otros derroteros, pero seguir las andanzas de tus personajes es una auténtica delicia.
Sólo hay una cosa que no me cuadra; acláramelo. Si el ataque a Milhouard fue en 1798, antes del consulado de Napoleón, ¿como podía haber participado el narrador en él si se había unido al grupo en 1814, cuando Bonaparte fue desterrado a Elba? A lo mejor me estoy liando yo también.
Gracias también por descubrirme a Philip Glass (me he pasado varias horas navegando por su página web y escuchando su música).
Perdón por haber hecho el comentario tan largo pero hacía tiempo que no me entusiasmaba algo de tal manera.
Un abrazo
¿Eres consciente del principio tan bestial de este post?
Un beso
Me alegra muchísimo ver que hayas profundizado en el tema, Chela, buscando información sobre Baradelle y los misteriosos príncipes... No, no es Valerio. Pronto sabréis quienes son, aunque basta con decir que sólo una parte de un variado mosaico, en el que queda por aparecer alguna que otra pieza más que espero os resulte tan interesante como lo que lleváis visto hasta ahora.
Del juguete, sería mejor llamarlo juego, ya he hecho las presentaciones al final de este capítulo.
Lo del libro, Medea, es algo de lo que no se si sería capaz con lo que me cuesta dedicar mi atención a una misma cosa durante más de una hora. Además está ese pequeño detalle, que verdaderamente hoy en día no tiene importancia, de escribir bien. De cualquier modo, y afortunadamente, lo estoy haciendo a medias con otra persona, se trata de un estudio biográfico -no es una novela-, y si todo saliera bien estaría terminado para enero del año que viene. Otra cosa es que luego pase los filtros necesarios para ser publicado, pero bueno: iremos por partes.
Freia: empecemos por el final. De perdón por el largo comentario, nada. En todo caso, será agradecimiento por mi parte, pues es algo que por lo menos a mí me hace bastante ilusión, y más aún si están tan llenos de interesantes detalles como este que aquí haces.
Como le he dicho a Chela, me alegra mucho saber que he despertado tu interés por algunos de los personajes que menciono, hasta el punto de que has levantado el vuelo, te has documentado sobremanera acerca de ellos y... !me has pillado en una pequeña trampa que había introducido en la historia!. Si, la de la anacronía 1798-1814; tienes toda la razón, -je,je- y realmente lo hice dándome una pequeña licencia retórica.
El motivo es el siguiente: la historia que cuento tuvo lugar efectivamente en la época del final de Imperio, y en cierta manera el Baradelle llego a manos de un bandido tras el asalto de un grupo de chauffers a una granja de la zona cercana a Orleans.Menciono el ataque a Milhouard por dos motivos: porque las víctimas podían pertenecer a la misma familia que las de 1814 -es un suponer, dada la cercanía geográfica y que tenía los mismos apellidos-, y porque la historia de Milhouard está bien documentada y el remitiros a ellaos podía dar una idea más clara de qué era todo aquello.
Una última justificación: tengo la mala costumbre de revisar muy poco mis textos, y más aún por estas fechas que me tienen un poco liado. Si lo hubiera revisado, quizá hubiera eliminado esa anacronía que tanto chirría.
De cualquier manera, estoy seguro que tus indagaciones te habrán llevado ya a saber a qué Pignatellis me refiero, qué tiene que ver la primera parte de la historia con ésta y de qué otro príncipe voy a hablaros en la próxima anotación...
Yo también creo, ami, que esto no terminará. Con respecto a lo del principio, esa era mi intención, aunque al final lo suavicé un poco.
Muchas gracias por vuestra visita y todos vuestros comentarios.
Salud
Me tienes despellejao, de gusto,... y baroja, debe andar loco viendo que lo escriben en minúsculas,
-¡¡Por fin, alguien sabe afilar cuchillos, con la piedra de afilar palabras!! diría,
esta vez te has ganado la CHarles
salud, para que escribas muchos mas
No me consideres tan sagaz, que no tengo yo por seguro casi nada. Sólo tengo una foto, dos números y un par de árboles genealógicos, con la mitad de las hojas por tierra.
Creo haber descubierto también una "pistilla" en tu blog, pero puede que me vuelva a colar de lleno, así que esperaré ansiosa la siguiente entrega.
Voy a decirles a mis amigos que se tomen una píldora de Ex Oriente Lux de vez en cuando. Es mejor "desestresante" que el Lexatín, anima y tonifica más que el Prozac y además no tiene contraindicaciones. Un abrazo,
Lo de afilar me ha dado una idea: lo mismo me compro una bici y me voy por el mundo adelante con la piedruca de Foncebadón -las mejores para estos menesteres decían-, tirando de cuchillos flojos para darme de comer:
- !El afiladooooooor!
Amiga Freia, no te disculpes porque me disculpo :-), que para mí es una verdadera alegria ver que algo de lo que escribo despierta interés tal que investigáis sobre ello y os hacéis preguntas y más preguntas...
¿Una pistilla oculta?, vaya, vaya... sí que hay alguna pistilla, incluso está escondida la palabra que va a cerrar la historia cuando la termine, aquella con la que quisiera invocar a la parte más sensible de vuestro espíritu para que vibre con su sonido. Veremos...
Muchas gracias Leodegundia, pasa tu también un buen fin de semana, y espero que la próxima nos traiga nuevas historias tanto en mi cuaderno como en el tuyo.
Como siempre, gracias por vuestra visita y las palabras que dejáis como testimonio de ella.
Salud