El príncipe de los anticuarios
Habíamos entrado en el ala llamada Sully del Louvre. Cruzamos un largo corredor y a continuación subimos unas escaleras. Un pasillo a mano izquierda. Después una extensa sucesión de salas dedicadas a antigüedades egipcias. Giramos de nuevo a la izquierda, y por la puerta del fondo deberíamos llegar en un momento. Sin embargo, está cerrada… No puede ser. Preguntamos al vigilante señalando en el mapa la sala 46 de aquél primer piso.
- Todo el departamento de objetos de arte del siglo XVIII está cerrado por reformas. Sin embargo si lo que están buscando es la sala Landau, es posible que puedan acceder a ella rodeando todo el edificio, por el lado opuesto...
El señor Nicolas Landau observaba en silencio desde la habitación de aquél hotel la constelación de luces que iluminaban la ciudad. En medio de la oscuridad desde la que ocultaba su mirada, sólo el reflejo de todas la vidas que se desarrollaban al unísono ante él lo hacían visible para sí mismo en su soledad.
Sin embargo, nada de lo que veía le resultaba nuevo. Años atrás había vivido en aquella ciudad de Nueva York, tras abandonar su Varsovia natal. Allí abrió su primera tienda de antigüedades, y durante largos años de trabajo y aprendizaje, fue capaz de sacar adelante un negocio por el que sentía una gran pasión.
Después marcho a París, más cerca de muchos de los objetos que llenaban su tienda, y allí alcanzó tal fama, que ha sido ésta la que le ha hecho volver allá… Sí, Nicolás conocía perfectamente aquella isla de Manhatan, recordaba con detalle todas las calles del Greenwich Village. Pero lo que le había llevado hasta allá en aquella ocasión no era la nostalgia, se trataba de algo que le hacía sentirse particularmente emocionado: iba a representar a Francia en su pabellón de la Exposición Universal que se celebraría en Nueva York el año siguiente de 1939.
Entre sus manos tenía una caja de madera recién restaurada que acariciaba distraídamente mientras buceaba en lo más profundo de sus pensamientos. Parecía entretener su mirada en aquella multitud de luces, pero en realidad su atención corría perdida por el laberinto de sus recuerdos.
¡Drobny Judejski od Warszawa!- gustaba de decirse así mismo cuando se disponía a deshojar algún recuerdo o pensamiento en lo más profundo de su intimidad.
Aquél 23 de septiembre de 1938, en uno de los tantos actos que preparaban la apertura de la exposición Universal del año siguiente, Nicolás había tenido la oportunidad de enfrentarse de cara con el reverso de sus pasiones. La casa Westinghouse les había invitado a todos los participantes en la exposición a un singular acontecimiento que tuvo lugar en los alrededores del barrio de Queens: el entierro de una capsula del tiempo construida a base de cobre, cromo y aleación de plata, donde metieron a vista del público un microscopio, escritos de Thomas Mann, y Einstein, diversas monedas, revistas, grabaciones de noticiarios, e incluso un paquete de Camel con el propósito de que no se volviera a abrir hasta el año 6939.
A Nicolás, esto le produjo cierta hilaridad, pues en cierta manera, aquella cápsula replicaba su “Cabinet de l’honnête homme” que él venía a presentar en el pabellón francés de la Exposición Universal. ¿Casualidad?, ¿un aviso del destino? El anticuario no hizo demasiado caso de estás preguntas, el Gabinete era la idea de su vida, su creación, y ello le había consagrado primero como maestro, y muchos años después, cuando los que le habían llamado de aquella manera se convirtieron a su vez en lo mismo, en príncipe de los anticuarios.
Landau inspiró a varias generaciones de anticuarios, revolucionó el oficio y con ello la manera de ver y entender su materia prima, las antigüedades. Sabía dotarlas de un nuevo significado reuniendo en su famoso gabinete obras de arte de diferentes épocas y civilizaciones de acuerdo a su forma, material o cualquier otro aspecto que llamara la atención de su sensibilidad.
Ese era su famoso gabinete, un homenaje no sólo a l’honnête homme sino también al hombre ilustrado: un espacio donde se pretendía reunir todo el saber, el conocimiento y la técnica universal, al modo de la enciclopedia.
Para aquella ocasión, Landau llevaba consigo un selección muy personal de antigüedades, entre las que se contaban figurillas romanas, relojes de arena, muebles de diferentes estilos, alguna escultura renacentista, láminas, madonas talladas en madera hace casi un milenio, cuadros, textiles, instrumentos científicos… y esa sencilla y hermosa caja que tenía en sus manos.
No sabía porqué, pero sentía una especial atracción por ese pequeño tesoro, esa joya que no le había costado tanto como otras muchas de su colección, pero que había llegado a sus manos acompañada de una apasionante historia.
Fue tres años antes, cuando regresaba a París de un viaje a España de donde venía de hacerse con una valiosa colección de códices. Volvía satisfecho, aunque agotado por la dureza del viaje, ese no era buen momento para viajar a aquél país, pero estaba seguro de que iba a valerle la pena hacerlo: lo que había pagado a un oscuro funcionario de archivos y bibliotecas no era nada en comparación con lo que esperaba ganar por ello en París.
Al fin y al cabo ese era su trabajo: buscar, comprar y vender al mejor precio. En ocasiones le ofrecían algún objeto que dejaba de tener valor para él, esto es, que le era tan preciado que le resultaba imposible venderlo. Así, había logrado reunir en su gabinete particular piezas tan hermosas como una estatuilla femenina de la Edad de Bronce tallada en piedra y originaria del Yemen, otra de un sacerdote egipcio de la dinastía XXV, una daga calmuca, un diván labrado de estilo Luis XV…
Es posible que Nicolás viera en ello una manera de dar forma a unos recuerdos que aunque ajenos, los tenía por más valiosos que los propios ¿a quién le podía interesar la vida de aquél modesto anticuario originario de Varsovia?
Recuerdos…
Al poco de regresar a París un colega puso en sus manos esa hermosa caja que ahora tenía consigo. No era demasiado grande, ni en apariencia algo muy fuera de lo normal para alguien que como él había visto verdaderas excepciones.
- Es un juego –le dijo a Nicolás antes de que se decidiera a abrir la caja para mirar en su interior.
- ¿Un juego? –le respondió mirándole por encima de las gafas.
- Si, algo único en su especie…
Nicolas atendía a lo que le iba diciendo mientras recorría milímetro a milímetro la superficie de esa caja, no había un poro en ella por la que no hubiera pasado con delicadeza las yemas de sus dedos. Sentía algo muy especial, sabía que había algo en ella que lo hacía diferente, pero no acertaba a adivinar a qué se refería su colega.
- Es un Baradelle.
- ¡Un Baradelle!
- Sí, amigo mío, una caja que encierra un juego fabricado por el mismísimo Baradelle allá por los años setenta del siglo XVIII para los hijos del Príncipe dePignatelli, el amigo de Voltaire y D’Alembert.
- Ya… -respondió distraídamente mientras no dejaba de examinar la caja sin atreverse a abrirla- ¿y cómo ha llegado a tus manos?
- Lo vende alguien muy próximo a los Dampierre, emparentados lejanamente con los primeros dueños de la caja.
- Así que quieren deshacerse de un recuerdo de familia después de conservarlo durante generaciones.
- No ha sido así exactamente, a ellos llegó casi de rebote, como por arte de magia, hace poco más de cien años, cuando las autoridades de Orleáns lo encontraron en manos de un reo que acababan de ejecutar por dirigir una banda de chauffeurs.
- ¡Caramba!
- En su interior hay una nota en la que se dice que lo fabricó Baradelle para esa familia principal. Como por aquél entonces ya no vivía ninguno de ellos, y no sabían a ciencia cierta a quién devolver la caja, se dejaron aconsejar por un genealogista local, que señaló a aquella familia como a la que más oportunamente debía devolverse el juego de figuras geométricas. No estuvo muy acertado, la verdad, pero gracias a ello ahora está aquí…
- ¿Y qué fue de sus primeros dueños? –preguntó Nicolas- ¿cómo llegó a manos de aquél chauffeur?
- Esa es una historia apasionante, querido amigo, tanto que sería de todo punto imperdonable no dedicarle un capitulo aparte, en otro momento, donde podamos hablar más tranquilamente de la intensa y desdichada historia de su primer propietario.
A unas décadas de distancia de aquél primer encuentro de Landau con el juguete de Baradelle, pero cada vez más cerca de él, seguíamos recorriendo ese laberíntico entramado de salas y escaleras con el plano del Louvre en la mano. Veníamos imaginándolo desde hacia tiempo, sintiendo su tacto, e incluso un leve aroma a madera recién barnizada obra, seguramente, de los cuidados del Príncipe de los Anticuarios o, porqué no, de aquél otro que fue su primer dueño y murió tan prematuramente sin llegar a entender que, como en su juego, una forma esférica jamás tendrá cabida en el lugar que está reservado para un cubo.
Comentarios
Me parece espléndida la forma en la que has dado vida a las personas que rodearon aquel juguete del XVIII. Y además la maestría con la que lo hiciste, de forma casi disimulada para estimular la imaginación del lector.
Abres una vía a otra historia y sabes bien que nos quedamos con las ganas de leerla.
Me voy a tus enlaces.
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Saludos.
Cuando he visto la nueva entrada, la ansiedad me ha obligado literalmente a volvar sobre el texto hasta llegar al final/principio. Sólo entonces, satisfecho el síndrome de abstinencia, ha cedido la taquicardia y he podido relajarme y paladear. Después vendrá el entrar en los enlaces, buscar en Internet, ir incluso a la mediateca.
Ahora, como los bebés cuando han terminado de alimentarse, cubiertas las necesidades primarias, me voy a disfrutar del otoño para saborear lo ingerido y digerir esta nueva entrega. Un abrazo
Amiga Freia, no me digas eso, que el paso siguiente para tratar una adicción reconocida es abandonarla, y a uno no le gustaría perder lectores de vuestra calidad :-)
Espero que disfrutéis también con esta nueva entrega -¿capacidad de sintésis me decías, Freia?, !pues vaya ejemplo estoy dando, je, je!-, que si no vuelvo a entrar en desvarios, callejuelas y rodeados varios, es la penúltima. Esto depende, claro está, de quién me encuentre por el camino de la narración.
Gracias por el testimonio de vuestra visita.
Salud
De los enlaces, quitando los que están en inglés,idioma que no domino, me los leí todos, así que hoy me iré a dormir un poco más sabia.
Te deseo un buen fin de semana y no nos hagas esperar mucho para la continuación.
Cada letra es una pieza esencial de tu puzzle maestro.
Un abrazo Charles.
Espero que vosotros también hayáis pasado un buen fin de semana. Yo, desde luego que sí: he celebrado mi cumpleaños -el día 4-, pasando un par de noches en la tranquilidad de un pueblo tan hermoso como Covarrubias.
Anarkasis, como le he dicho a leo, espero terminar con la próxima. Teneos, amigo, y esperad que pronto llegará a su fin esta historia.
Isabel, fíjate que con lo de la caja hay quien me dijo si estaba imitando a Hitchcock con su McGuffin:
http://es.wikipedia.org/wiki/McGuffin
Gracias por tus palabras Itoiz, las aprecio mucho viniendo de donde vienen. Espero ser capaz de no perder vuestra fidelidad lectora.
Un abrazo a todos y gracias por el testimonio de vuestra visita.
Salud
Estoy seguro que la princesa Kristina te ha contado algo...
Espero que hayas podido bajar el PDF de la cápsula del tiempo, y si tienes algún problema con ello me lo dices y te lo mando por correo electrónico.
La princesa Kristina me ha contado, perspicaz amigo Vere, unas cuantas cosas. Me ha dicho que nació noruega pero quedó en rachela para los restos; que esto no le importa tanto como dice la leyenda, y que aunque el impresentable del hermano de Alfonso se las hiciera pasar con amargura, ahora ya nadie se acuerda apenas de él y, en cambio todo el mundo se enternece al conocer su historia.
Me contó muchas cosas más, y me habló del propietario de un sable que se guarda en la colegiata que hay frente a su imagen, y reconoció entre risas saber de mi interés por la siniestra vida de aquél mezquino personaje:
- ¿Escribirás algo de él? -me preguntó.
- Todavía no lo se Señora, quizá lo haga, aunque todavía es pronto para decirlo.
- Pues si lo haces, no olvides apartar mi nombre de la sombra del suyo, pues sólo el diablo puede considerarse su semejante...
- Así lo hare, Señora Kristina.
Dicho queda y espero que mientras, el jardín que la rodea florezca de nuevo y no permanezca en un silencio tan prolongado como al que nos tienen acostumbrados últimamente.
Gracias a los dos, mis queridos amigos, por el testimonio de vuestra visita.
Salud
Así sin pertrechos ni material de acampada.
Pero merece la pena el esfuerzo, tanto por la meta como por el camino
Ya en serio. Es un placer leer tus post, aun cuando uno sabe perfectamente que todas las elucubraciones salidas del anterior, van a ser tiradas por tierra en el siguiente (¿Si vieras en qué principe había pensado yo? Je,je; desde luego, ni por lo más remoto en el de los anticuarios).
¿A que no se puede ver a los Reyes Magos, sin volver a creer en ellos? ¿Tocaste la campana?
Saluda de mi parte a tus pescadores de perlas.
Un abrazo,
Estoy perdida pero sigo aprendiendo cosas. La verdad es que me paso un buen rato en tus páginas, a gusto con tu estilo literario, intrigada con la historia,y aprendiendo con los enlaces...
¡hasta la siguiente página! Y gracias por tu visita a mi blog, me siento honrada por ello.
La segunda vez, con calma y con cigarrillo...
estupendo. espero.
Un gran abrazo
Muy bien manejado el relato, Monsieur D'Artagnan.
V V
Lo de la caja es verdad que suena a algo.. no sé a qué..
Que tengas un fin de semana creativo.
Parece que la cosa está muy mala, amiga Freia, pues se montó una enorme cola para tocar la campana... Un consejo doy: en vez de esperar el turno para invocar agencias matrimoniales medievales, entreteneos en buscar por entre las columnas y paredes del claustro, las marcas e inscripciones que permanecen ahí medio ignoradas, medio silenciosas desde hace siglos. Uno puede llevarse más de una sorpresa.
No deseches todavía a ese otro Príncipe en el que habías pensado, quizá sea el quien se asome en la próxima y última parte de esta historia.
El sentimiento es mutuo, Chela, pues yo me veo igual de honrado con la visita de cada uno de vosotros... No vas muy desencaminda en lo que dices del juguete, en la próxima entrega, que me gustaria poder tener tiempo para escribir la semana que viene, espero que quede todo claro.
Vailima, espero que este fin de semana hayas terminado de recuperarte. Sabes que agradezco mucho tus palabras, sabiendo además los dolores de cabeza que te ha dado blogspot a la hora de comentar... !Santa paciencia! :-)
Alida, por supuesto que cualquier razón es buena para visitar un lugar como ese, sobre todo cuando buscas algo que has estado esperando mucho tiempo para ver.
Bonita frase, Akasha, y totalmente cierta en muchos casos. Hay tantas cosas en las que solo vemos aquello que nos recuerdan...
Medea, lo del Creative Commons lo puse hace ya mucho tiempo, lo que no se es si sirve de algo o no. La caja suena a que lleva unas piecitas pequeñas dentro, pronto sabremos para qué...
Manuel, lo importante es perderse, tener el tiempo -como le decía a Salamandra- para perderse como mandan lo cánones...
Muchas gracias por el testimonio de vuestra visita.
Salud
¿Todo bien amigo?
Un abrazo.
Gracias por el interés
Un abrazo
Salud
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Saludos.
afectuousous
En cuanto a tu propuesta, Isabel, me parece muy interesante y te agradezco que me hayas tenido en cuenta, así que si entro en plazo, escribiré el último capítulo de la historia del juego Baradelle y después intentaré ver si se me ocurre algo sobre nuestro viejo amigo Parepidemos Samosatense.
Muchas gracias por tu visita a tí también Delacroix.
Hasta pronto
Salud