Melancolia

Esta historia debería termina con la visita de la muerte. El largo camino que hemos recorrido sólo nos lleva a aquél destino, a no ser que hagamos trampa, empecemos por el final e intentar así concluir allá donde la vida está llena de esperanza y se respira en su total plenitud… Es una posibilidad. Vamos a intentarlo. Aunque para ello debamos de imaginar algo muy distinto a lo que ahora está viendo cada uno de nosotros.
Deberíamos ser capaces de ver una ciudad humeante, totalmente arruinada tras un largo sitio. Por entre los restos de edificios, cadáveres de personas y animales. Como perdidos de la razón, vagan gentes que buscan bajo la ruina algo que meterse en la boca, unas monedas o cualquier cosa con la que hacerse para luego venderla. Es propio de la naturaleza humana el hacer beneficio de las desgracias ajenas y los hay que aprovechan el caos y la ruina para apropiarse de todo lo que pueden. Muchos de ellos son los soldados que han entrado triunfantes en la ciudad, borrachos de tensión, odio y miedo: ahora llegaba el momento de darse un desahogo y hacer pagar a aquellos rebeldes lo malo pasado.
Estamos en Zaragoza y pronto despuntará la primavera de 1809. El Mariscal Lannes ha terminado con la resistencia de la ciudad tras unas largas jornadas de lucha. Él mismo se encargó de marcar las condiciones en las que deberían rendirse los resistentes: entrega de armas, paso franco a sus tropas y la inmediata liberación de dos prisioneros: el Capitán General Guillelmi y el Príncipe dePignatelli.
Las memorias de Marbot y Lejeune, oficiales del ejército francés, coinciden en contar cómo el último de los dos prisioneros fue enviado un año antes a Zaragoza por Napoleón desde Bayona, donde los reyes de España se estaban echando el uno al otro la corona como si fuera una patata caliente, con una misión que podía ser más de espionaje que de apaciguador de las levantiscas gentes de Aragón.
El caso es que el príncipe-espía no llegó a destino por su propio pié, sino que antes, a la altura de Valtierra, fue atrapado por una partida dirigida por el herrero del lugar y, tras sufrir un intento de linchamiento al ser llevado a Tudela, las Juntas de Defensa decidieron, por su propia seguridad, enviarlo preso a Zaragoza.
Lo que pasó a partir de ahí es fácil de imaginar, y lo cuentan los mismos memorialistas: prisión en la Aljafería, hambre, enfermedad e incertidumbre, mientras la ciudad en la que está preso sufre dos sitios sucesivos. Al final del segundo de ellos, cuando fue liberado por petición de Lannes:
“Tenía un doloroso aspecto debido a sus padecimientos en la cárcel. Había sido devorado por la fiebre, y no disponíamos de una cama que ofrecerle, ya que el mariscal sólo le había podido proporcionar alojamiento en una casa sin muebles, cuya única ventaja era la de estar cerca del punto de ataque. Junot mientras tanto, se había establecido en un rico convento, donde vivió muy cómodamente. Le ofreció hospitalidad al príncipe, que, fatalmente para sí mismo, aceptó. Junot le agasajó tanto que su estómago, socavado por las penurias de la cárcel, reaccionó mal al cambio repentino, y el PríncipePignatelli murió al poco de recuperar la libertad y la felicidad.”
Armando, que así se llamaba el tal príncipe, había nacido en París poco más de treinta años antes. Hijo de una noble familia aragonesa, su padre vivía inmerso en la atmósfera ilustrada del momento: a las tertulias que organizaba en su propio palacio o a aquellas a las que acudía, nunca faltaban lo más granado de la cultura Parisina. El mismísimo Rousseau cuenta al final de sus Confesiones como fue a él entre otros a quién leyó el manuscrito de aquella obra. De su relación con Voltaire queda rastro en el epistolario de este último, en el cual leemos cartas de agradecimiento por las visitas que aquél le hizo en su retiro de Ferney, muestras de afecto y diferentes felicitaciones con motivo del nacimiento de cada uno de sus hijos.
No es de extrañar pues que, a una indicación de Voltaire en una de estas cartas, pensara en encargar a aquél Baradelle del que le hablaba, un juego para sus hijos que despertara en ellos desde su más tierna infancia el interés, la curiosidad, el gusto por la experimentación y el placer de la lógica.
- Un juego de figuras geométricas –debió de pensar el orgulloso padre-, será la mejor manera de lograr todo ello, y se hará de tal manera que pueda acompañarles allá donde vayan. En una pequeña caja de manera que sea fácil de transportar.
Desde un principio, aquél juego fue saltando de mano en mano, como si estuviera condenado por algún extraño motivo a no encontrar descanso. Perteneció primero al hermano pequeño de la familia que, al morir siendo aún un niño, lo transmitió a su otro hermano, Alfonso. Este lo guardó durante toda su vida como una de los recuerdos y tesoros mas preciados por él: lo llevó consigo cuando abandonó Francia huyendo de la revolución, le acompañó durante la campaña del Rosellón, estuvo con él en Fonthill disfrutando de la hospitalidad de William Beckford, recorrió Italia, Alemania y volvió a la Francia de Napoleón, donde él y su hermano Armando entraron a formar parte de la buena sociedad parisina del momento. Habían llegado allá huyendo de España, donde les acusaron de distribuir “libelos anticristianos de Voltaire, Diderot, Holbach, Dupuis y Volney”.
La Duquesa de Abrantes recuerda aquellos tiempos, y a ellos también, en su deliciosa “Historia de los salones de París”, verdadera crónica rosa de la época, en la que nos cuentan las fiestas, amoríos varios y conspiraciones de alcoba que fueron trazándose hasta que desapareció aquél mundo de salones con la llegada de la Restauración.
Se contaba entonces que Alfonso tenía una profunda relación platónica con la Recamier, y que ésta le dedicaba todo tipo de atenciones, sobre todo a partir de de contraer aquél una tisis que le llevó a la tumba allá por el año 1807.
“Ruego también que se le haga entrega a mi hermano de la caja de piezas que nos regalo nuestro padre y que ha estado acompañándome todos estos años, como muestra de mi mas profundo afecto”
Con esta frase Alfonso cerraba su testamento, dictado el mismo día de su muerte, dejando bien claro el interés que tenía por conservar aquél recuerdo que unía a los tres hermanos con el ideal que había movido a su padre en el momento de encargar el juego.
Aunque no le sobrevivió mucho, Armando obedeció siempre al respeto que sentía por el relevo que le había transmitido su hermano y llevó en todo momento consigo dicha caja, hasta el punto de tenerla presente él también en su última voluntad, cuando estaba a punto de fallecer al poco de ser liberado de las cárceles de Zaragoza:
“entre mis objetos propios que han permanecido almacenados en el castillo de la aljaferia, hay una caja de piezas geométricas que perteneció a mis hermanos y que ruego sea entregada a Monsieur Nicolás Fousset, de Orleáns, consejero y educador mío y de mis hermanos en memoria de los felices años de niñez”
Sabrá quién ha llegado con su lectura hasta aquí, armarse de más paciencia, y comprender que quien esto escribe no podría, si no es con torpeza, transmitir la profunda emoción con la que, sabiendo todo lo que llevo contado, nos llegamos por fin al lugar donde se exhibía el dichoso juego.
Puesto a pedir, también lo hago de mucha indulgencia a la hora de ver las fotografías que presento a continuación, pues en descargo nuestro diré que la sala 46 –donde se guarda parte del fondo Landau-, se encuentra en el descansillo de la escalera, junto a la puerta del ala del museo que está en obras, y sin ninguna iluminación. En ese rincón oscuro y solitario descansaba el juguete que una vez construyera Baradelle.

Al acercarnos a él pudimos leer la tarjeta que acompañaba a la caja y que llegados a estas alturas nos produjo una profunda emoción:
Nicolás-Alexandre Baradelle
Coffret de figures geometriques
Buis, acier, soie blanche
Boite: noyer, acier (¿), alliage cuivreux
Paris, seconde moitié du XVIII siecle
Collection Nicolas Landau,
Don de Mme. Nicolas Landau , 1979.



A una de las guardas de sala del museo le debió de llamar la atención nuestro interés por el Baradelle, y después de permanecer observándonos durante un rato, se acercó a nosotros.
- Esa caja estuvo hace unos pocos años en una exposición del Grand Palais. Fue la última vez que salió de aquí.
Nos contó que llevaba varios años allá en el Louvre y que procuraba familiarizarse con todas las obras que se exhibían en las salas que ella cuidaba.
- Paso mucho tiempo aquí, y es una forma de no aburrirme y poder disfrutar más de todo lo que me rodea.
- Imagino que habrá visto de todo a lo largo de estos años –le respondí.
- ¡Por Dios! –exclamó- pueden jurar que sí: he visto a gente muy famosa cruzar estos pasillos –aquí nos dio una serie de nombres-, turistas que pretendían ver todo el museo en un solo día, y quienes llegan totalmente confundidos, desde el éxito del Código Da Vinci, buscando el “cuadro de la última cena”…
- Vamos, que tiene como para escribir un libro….
- ¡Y tanto! –hizo una pausa antes de continuar- y ustedes, han venido directos a esta vitrina, a la caja de Baradelle...
- Si, hemos venido con la idea exclusiva de verla.
Le contamos de manera somera lo que sabíamos de la historia de la caja, cómo habíamos llegado a saber de ella y cómo también el investigar a algunos de los personajes que la poseyeron fue el motivo por el que estábamos en París.
- Si ustedes esperan un momento –nos dijo tras escucharnos con curiosidad todo lo que le relatamos-, les mostraré algo que seguramente les interesará.
Entró en la sala contigua y de ahí abrió una puerta que conducía a un pequeño despacho, no pasaron más de un par de minutos y volvió con un enorme libro entre las manos. Era unos de esos lujosos catálogos que se editan con motivo de algunas exposiciones. Lo abrió, y dando muestras de tener claro lo que buscaba comenzó a pasar hojas en uno y otro sentido, asegurando a cada poco que estaba a una página de dar con ello.
- Aquí es, miren ustedes-, dijo al fín señalando una espléndida fotografía del mismo Baradelle que teníamos ante nosotros, pero abierto y con un aspecto mucho más aparente que el que tenía tras esa vitrina.
Tal y como nos había dicho la vigilante, en el libro se veía que el juego había salido del Louvre poco antes, con motivo de una exposición que tuvo lugar en el Grand Palais del mismo París entre el 2005 y el 2006. A la fotografía del Baradelle acompañaba un texto explicativo que se ceñía en gran parte a la etapa en la que aquél fue propiedad de Nicolás Landau.
En él se lee que el “Príncipe de los anticuarios” había manifestado su deseo de entregar esta y otras piezas al museo del Louvre tras su muerte. Según relata su viuda en ese mismo texto, semanas antes de fallecer fue revisando cada una de ellas, para señalar en un cuaderno las recomendaciones que debían observarse al ser expuestas en su nuevo destino:
“Esta figurilla no deberá ser puesta jamás junto a otra de su misma procedencia o periodo”
“El catalejo siempre estará mejor a medio desplegar, como invitando a ser utilizado, y tumbado sobre un plano, hoja impresa o libro”
“Un reloj de bolsillo está bien acompañado de otros, de manera que se puedan apreciar sus diferencia”
“Deberá de mostrarse especial celo en que esta caja esté abierta y las piezas que hay en su interior colocadas incorrectamente, es decir: el cubo donde el dodecaedro, la bola donde rectángulo, y así en todos los casos”
La extremada delicadeza con la que Landau se preocupó en sus últimos momentos por aquellas piezas era realmente conmovedora, más aún cuando teníamos la evidencia aquí, en su futuro, que nada de aquello parecía haberse cumplido, y que lo que había pasado por tantas desafortunadas manos, y formado parte de su selecto y personal “Cabinet de l’honnête homme”, terminaba tras una triste vitrina en el más oscuro y perdido rincón de aquél museo…
Fuera, la tormenta seguía inundando con su aguas la plaza del Carrousel. A través de las ventanas apenas entraba una pequeña brizna de luz, y el repiquetear constante de las gotas de lluvia contra el cristal nos daba, en aquél momento de silencio, la sensación de encontrarnos detenidos en un lugar del tiempo donde pasado, presente y futuro no eran si no la misma cosa.
Cerramos el catálogo. Sentía al tacto el frescor de las cubiertas de aquél volumen. Mientras permanecía con la mirada fija en un punto indeterminado del libro, sumergido en el recuerdo de todo lo que habíamos visto, fui apartando mi mano de la portada, hasta dejar a la vista el título de aquella última exposición en la que nuestro Baradelle había sentido en su interior la luz del día:

Comentarios

Alberto ha dicho que…
Me imprimo tu historia para llevármela en el metro y que me acompañe en el viaje a trabajar.Que hoy no tengo puente...
;-)
Pedro J. Sabalete Gil ha dicho que…
Ha merecido mucho la pena la espera. Comencé a leer la entrada perplejo porque creía reconocer en la primera ilustración a Catalina de Aragón.

Deshilvanaste la historia de un "juguete" y nos serviste de regalo un paseo histórico. Amigo, sé que como yo participas de cierto culto a los objetos como si estos arrebataran esencias del alma de sus anteriores propietarios incitándonos con ello al reto de descubrir o imaginar su historia. He disfrutado mucho el conjunto de entradas. Las guardaré. Por cierto estoy deseoso de hacer otra azarosa incursión por las galerías soterradas de tus maravillosas bitácoras.

Abrazos.
Anónimo ha dicho que…
Escribir sólo tiene sentido si hace ver a los demás lo que por si solos nunca hubieran visto y no se me ocurre otra mejor forma de expresar lo que he sentido leyendote, Enhorabuena.
Sólo un inciso, creo que hay un pequeño error en la transcripción de la tarjeta que acompaña la caja de Baradelle -al menos yo leo buis en vez de bois,
Un abrazo.
Freia ha dicho que…
Monsieur de Batz, felicidades. Vaya si ha merecido la pena la espera... La cajita de sólidos ha salido a la luz en tu blog y nuestra mente, aunque se muera de asco por falta de ella en un pasillo del Louvre.
Mañana me detendré en los enlaces; hoy me apetecía leerlo de un tirón. Es que Baradelle se ha hecho casi de la familia.
Gracias por tu historia y por el placer de leerte... y por ese juguete, querido por unos y maltratado por otros, que ya nunca me resultará indiferente.
Un abrazo y no trabajes demasiado
Anónimo ha dicho que…
No creo que les gustase más, a esos personajes, el estar medio escondidos en ese largísimo catálogo, que vivos entre tus dedos mientras los tecleas, y ahora resucitados del tó bien hilvanados con tu hermosa historia,
Cualquier indigno periódico lo sería menos si te la publicara.

A sido un placer y no es frase hecha.
Te mereces unas vacaciones Charles
Charles de Batz ha dicho que…
Espero, Alberto, que la lectura te haya servido para suavizar ese viernes sin puente en el metro, camino del trabajo.

Así es Goathemala, me parece apasionante las "vidas" del algunos objetos, en cuanto que sirven para enlazar destinos diferentes, como lo eran también los anhelos, dolores y alegrías de sus sucesivos dueños.

Agradezco mucho tu interes por buscar en las catacumbas de mi cuaderno textos de ese pasado cada vez más lejano. Es para mí motivo de gran satisfacción.

En cuanto termine estas contestaciones, amigo Vere, paso a enmendar mi errata. !Cosas del directo! ;-)

Cosas como la que has dicho que has sentido al leer esta historia, Vere, son las que me animan a seguir contándoos cosas.

Y tanto que se ha hecho de la familia nuestro amigo Baradelle, Freia. Después de que lo hemos seguido de un lado a otro a lo largo de más de dos siglos, algo tiene que quedar de él en nosotros. Por lo menos el recuerdo de todo lo contado cada vez que su nombre vuelva a aperecer en nuestras vidas.

De cualquier manera, estoy seguro de que muchas de las cosas que cuento en este último episodio las conocías tú antes de que yo dijera nada.

Por supuesto, Anarkasis, que el placer ha sido mío, redoblado por las palabras que dedicas a la historia del Baradelle.

Tomo nota, además, de las vacaciones que me das ;-) Así da gusto, y como estas cosas hay que aprovecharlas antes de que se cambie de idea, espero hacerlo dentro de dos semanas, como es habitual en mi todos los años por fechas navideñas.

Muchas gracias por vuestra visita y el testimonio que habéis dejado de ella.

Salud
Anónimo ha dicho que…
La errata Charles no tiene importancia, lo que me ha parecido muy divertido es que la caja de Baradelle sea de madera de boj.
Charles de Batz ha dicho que…
Serendipa sobre serendipia, amigo Vere, y si fuera de la variedad cantatrix, seguro que era una caja de música ;-)

De la melancolía también prodríamos encontrar algo simultáneo en vuestro cuaderno.

Salud
Anónimo ha dicho que…
Tienes razón dilecto Charles en que me quedo en el pequeño detalle y me pierdo lo importante: es cierto que todo este bello relato habla de la melancolía como quizás todos nosotros. No puedo evitar sin embargo otro inciso impertinente que espero que con tu paciencia me perdonarás: En las recomendaciones que para su exhibición da Nicolás: " y las piezas que hay en su interior colocadas incorrectamente, es decir: el cubo donde el hexaedro.." -hexaedro o cubo me decían en la escuela... ya ves que me estudio tus posts
Charles de Batz ha dicho que…
Desde luego que si, Vere, que te los lees al detalle, y eso es cosa que se agradece; sobre todo por alguien como yo que tiene la mala manía, como bien sabes, de no repasar demasiado sus textos. Y así queda la cosa ;-)
Salud
Anónimo ha dicho que…
Compagnon Chaarles, ha merecido la pena la espera.
El alma de las pequeñas cosas hechas grandes con tu escritura, un McGuffin que se convierte en protagonista de la melancolía a través de épocas, historias, sentimientos...
Muchas veces, Charles, después de leer tus escritos, me siento incapaz de comentar nada, como quien no quiere emborronar algo hermoso con su torpeza. Decir que es un placer leerte es algo que ya he dicho muchas veces pero lo volveré a decir cuantas veces haga falta.
Una corrección a mi querido compañero de viaje, ya que él está tan quisquilloso: las figuras geométricas son de boj, no la caja, que como bien dice el cartel esta es de nogal, aunque bien pudiera dársele el otro significado frances esa palabra y en realidad estaría "noyé de larmes", algo que se me antoja más apropiado a todo lo que nos narras.

Yo soy el Tenebroso, -el Viudo,-el Sin Consuelo,
Príncipe de Aquitania de la Torre abolida:
Mi única Estrella ha muerto, -mi laud constelado
También lleva el Sol negro de la Melancolía

Gérard de Nerval
Charles de Batz ha dicho que…
Esa era la sensación que tenía a medida que avanzaba la historia, Herri: que el tal juego no era otra cosa que lo que en cine llaman un McGuffin, aunque... !seamos un poco indulgentes con el autor de esta historia y con el de la caja en cuestión!, dejémoslo en que no era otra cosa que una especie de caja de Pandora que, al estilo del XIX, encerraba uno de los mayores males de su tiempo, la melancolía.

No se emborrona nada, ni existe torpeza; es más, todas las historias lo son en la medida en que quienes las conocen aportan a ellas un póco de sí mismos.

En cuanto a nuestro querido y quisquilloso compagnon, no debo si no agradecerle el interés y afecto que leo en cada uno de sus comentarios. Así que alcemos las copas y brindemos por la amistad.

Salud
Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Una vez m�s nos ha hechizado, querido charles, con esta manera tuya tan peculiar de dar vida a lo inerte. Emociona pensar en las manos infantiles que disfrutaron de esa cajita, y su muerte prematura, y las siguientes manos tratando la caja con ese amor guardado por el hermano perdido, por el padre que hizo el encargo... Como si fu�ramos capaces atrapar todas las emociones y sentimientos y atarlas para siempre a un objeto, con la esperanza de que alguien los recupere alguna vez. S� comprendo muy bien que el t�tulo de aquella exposici�n en la que figur� la caja se llame "Melancol�a". Un abrazo.
Anónimo ha dicho que…
Como decia Herri después de leerte me quedo con la impresión de que cualquier cosa que escriba será muy poco pago si lo comparo con el placer inmenso de leerte. A mi me queda la melancolia de saber terminada la historia, como con los buenos libros que al pasar la última página esperas que después aun queda alguna pegada que se te había pasado desapercibida.
Y como si de un juego se tratara yo también dejo los enlaces para después, la hoja desapercibida que me hará disfrutar un rato más de tu compañia. Un abrazo Charles y disfruta de unas merecidas vacaciones.
Anónimo ha dicho que…
A eso mismo me refería, Charles, la caja que durante dos entregas parece el mcguffin pasa a ser la protagonista principal por como mafníficamente resuelves la narración.
Y por supuesto brindo por la amistad. Salud.
Leodegundia ha dicho que…
Mi más sincera felicitación por este relato que nos lleva, partiendo de una caja que contiene un juego infantil de figuras geométricas encargado por un padre para sus hijos, a conocer y vivir situaciones de las vidas de esos niños, de los cuales dos se hicieron hombres pero no abandonaron la caja en ningún momento.
Al final queda en un museo en lugar apartado del que tú la rescataste para contarnos su historia. Eres genial Charles, logras mantener el interés vivo aunque en momentos tengamos que esperar por la continuación de la historia.
Un abrazo y sigue deleitándonos con tus relatos.
gaia56 ha dicho que…
Le has dado vida a una caja de madera que disfruto. También imprimiré la historia para disfrutarla más " a ratitos"
Charles de Batz ha dicho que…
Así quería que lo vierais, Isabel, y me alegro de haberlo conseguido de alguna forma.

¿Poco pago, Lady? nada de eso: el sentiros aquí, a través de vuestras palabras, es lo que me anima en muchas ocasiones a seguir adelante con este cuaderno.

Herri, tendría que haber hecho aparecer a Hitchcock en algún momento de la historia, y ya hubiera sido completo ;-)

Leo, eso es lo que más pena me dio que, después de todo lo pasado, aquella caja terminara en un rincon oscuro y olvidado, dentro de las vitrinas del descansillo de un museo...

Gaia56, celebro que te haya gustado y te agradezco tus palabras. Se bienvenida a esta casa.

Muchas gracias por vuestra visita y el testimonio de ella.

Salud
Chela ha dicho que…
Bien, he llegado al final de esta hermosa historia, aprendiendo muchas cosas, pero sobre todo disfrutando del enigma que tú has construido con ella, y que nos has ofrecido, dosificándola en capítulos capaces de suscitar nuestro interés y vinculación.
Tienes cualidades especiales para escribir novelas de calidad literaria en las que un argumento sencillo (el juguete que un padre, con inquietudes pedagógicas, encarga al ingenioso Baradelle y que se convierte en objeto de identificación familiar y afectiva) puede transformarse en una excelente trama histórica y humana sobre los personajes que participan en ella y el entorno que los envuelve y condiciona.
Y, en el caso de esta historia, hasta llegar al “reposo” último del objeto en la fría vitrina de un museo, pero desde la que aun puede suscitar en los visitantes todo tipo de conjeturas y fantasías, más o menos lejanas o próximas a su propia realidad.

Hermosa e interesante historia, pero sobre todo bella literatura la tuya.

Gracias Charles, por enriquecerme.

Felices vacaciones navideñas y éxitos como autor consagrado para el 2008.

Un fuerte abrazo.
Charles de Batz ha dicho que…
Así es, Chela, todavía, aún estando tras una fría y oscura vitrina de un rincón de aquél museo, el Baradelle puede despertar en nosotros la curiosidad y el recuerdo, sean del signo que sean...

Te agradezco enormemente tus buenas palabras y sobre todo, el testimonio de tu paso por mi cuaderno.

Salud

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