No despertéis a la amada...
De mi visita a Albi podría contar muchas cosas: cómo enriqueció en el medioevo a los comerciantes de la ciudad la famosa cocagne; las escaramuzas que provocó entre los poderes locales la posesión de los palomares de la región, tal y como ocurrió en la Capadocia, y estoy seguro que en muchos otros sitios; de la fuerza del paisaje de las Montañas Negras, que tuvimos que atravesar para llegarnos hasta allá desde Carcasona, con sus aldeas colgando al abismo de aquellas profundas gargantas; de los pueblos subterráneos que existen al norte de ella; y, cómo no, de la belleza de la mítica ciudad que sirvió para dar apellido a la herejía cátara, de sus calles y edificios, de su museo Toulouse-Lautrec y, sobre todo, de la Catedral.
Pero voy a detenerme, a guardar mi palabra y procurar un rápido silencio. Sólo quiero contar que allá, en el interior de ese templo dedicado a Santa Cecilia, reposa plácidamente, como dormida bajo la tutela de uno de los murales más impresionantes que se conservan en Francia, una mujer cuyo sueño despierta la atención de todo aquél que sepa encontrarla. Sus dedos, lejos de desprenderse sin cuidado alguno sobre el suelo, parecen querer manifestar un secreto, algo que decirnos sin romper el mutismo: puede ser el misterio de la Trinidad, mostrando un dedo en la primera mano y tres con la otra, o quizá simplemente que advierte nuestra presencia y nos dice, guardad silencio, respetad mi sueño.
Todo su cuerpo, que es el de Santa Cecilia, descansa ligero y suave sobre el suelo, vuelto sobre si mismo como quien duerme en paz, atento a la voz de sus sueños, y ajeno a todo lo demás. Los signos del cuello apenas parecen el testimonio de un hecho anecdótico, que en nada va a romper con su profundo descanso.
Dicen que, en ocasiones, nos es dado sentir ante la belleza del arte una profunda ternura, un amor plácido que poco tiene que ver con la devoción religiosa. En ello es seguro que hay más de los gustos personales de cada uno, de la delicadeza de las formas y la manera de componerlas, así como de un momento anímico muy especial. Nada de ello tengo por seguro, sólo que al verla sentí la necesidad de no romper el silencio en el que había estado hasta nuestra llegada, menos aún con innecesarias palabras que en algo robara esa sensación de estar disfrutando de la belleza en estado puro.
Así cuenta el cardenal Baronio que se encontró el cuerpo de la Santa catorce siglos después de su muerte, en 1599, y de esta manera la representó también entonces Stefano Maderna en una obra que se conserva en Roma y de la cual esta es copia:
"Yo vi el arca, que se encerró en el sarcófago de mármol y dentro el cuerpo venerable de Cecilia. A sus pies estaban los paños empapados en sangre, y aún podía distinguirse el color verde del vestido, tejido en seda y oro, a pesar de los destrozos que el tiempo había hecho en él. Podía verse, con admiración, que este cuerpo no estaba extendido como los de los muertos en sus tumbas. Estaba la castísima virgen recostada sobre el lado derecho, unidas sus rodillas con modestia, ofreciendo el aspecto de alguien que duerme, e inspirando tal respeto, que nadie se atrevió a levantar la túnica que cubría el cuerpo virginal. Sus brazos estaban extendidos en la dirección del cuerpo, y el rostro un poco inclinado hacia la tierra, como si quisiese guardar el secreto del último suspiro. Sentíamonos todos poseídos de una veneración inefable, y nos parecía como si el esposo vigilase el sueño de su esposa, repitiendo las palabras del Cantar: “No despertéis a la amada hasta que ella quiera".
Pero voy a detenerme, a guardar mi palabra y procurar un rápido silencio. Sólo quiero contar que allá, en el interior de ese templo dedicado a Santa Cecilia, reposa plácidamente, como dormida bajo la tutela de uno de los murales más impresionantes que se conservan en Francia, una mujer cuyo sueño despierta la atención de todo aquél que sepa encontrarla. Sus dedos, lejos de desprenderse sin cuidado alguno sobre el suelo, parecen querer manifestar un secreto, algo que decirnos sin romper el mutismo: puede ser el misterio de la Trinidad, mostrando un dedo en la primera mano y tres con la otra, o quizá simplemente que advierte nuestra presencia y nos dice, guardad silencio, respetad mi sueño.
Todo su cuerpo, que es el de Santa Cecilia, descansa ligero y suave sobre el suelo, vuelto sobre si mismo como quien duerme en paz, atento a la voz de sus sueños, y ajeno a todo lo demás. Los signos del cuello apenas parecen el testimonio de un hecho anecdótico, que en nada va a romper con su profundo descanso.
Dicen que, en ocasiones, nos es dado sentir ante la belleza del arte una profunda ternura, un amor plácido que poco tiene que ver con la devoción religiosa. En ello es seguro que hay más de los gustos personales de cada uno, de la delicadeza de las formas y la manera de componerlas, así como de un momento anímico muy especial. Nada de ello tengo por seguro, sólo que al verla sentí la necesidad de no romper el silencio en el que había estado hasta nuestra llegada, menos aún con innecesarias palabras que en algo robara esa sensación de estar disfrutando de la belleza en estado puro.
Así cuenta el cardenal Baronio que se encontró el cuerpo de la Santa catorce siglos después de su muerte, en 1599, y de esta manera la representó también entonces Stefano Maderna en una obra que se conserva en Roma y de la cual esta es copia:
"Yo vi el arca, que se encerró en el sarcófago de mármol y dentro el cuerpo venerable de Cecilia. A sus pies estaban los paños empapados en sangre, y aún podía distinguirse el color verde del vestido, tejido en seda y oro, a pesar de los destrozos que el tiempo había hecho en él. Podía verse, con admiración, que este cuerpo no estaba extendido como los de los muertos en sus tumbas. Estaba la castísima virgen recostada sobre el lado derecho, unidas sus rodillas con modestia, ofreciendo el aspecto de alguien que duerme, e inspirando tal respeto, que nadie se atrevió a levantar la túnica que cubría el cuerpo virginal. Sus brazos estaban extendidos en la dirección del cuerpo, y el rostro un poco inclinado hacia la tierra, como si quisiese guardar el secreto del último suspiro. Sentíamonos todos poseídos de una veneración inefable, y nos parecía como si el esposo vigilase el sueño de su esposa, repitiendo las palabras del Cantar: “No despertéis a la amada hasta que ella quiera".
Comentarios
Te sigo leyendo, un saludo.
Leo por ahí que la escultura de la iglesia de Santa Cecilia en Trastevere es de Stefano Maderna, al parecer hermano del arquitecto Carlo Maderna y está considerada como la primera obra importante antimanierista.
Un placer que nos sigas transmitiendo ...
Salud y feliz fin de semana.
Herri: me alegra verte por aquí como tu bien sabes. Corro a enmendar mi despiste y agradezco el aviso como también el resto de tu comentario.
Salud
Pasare seguido por el.
Saludos.
Un abrazo para ti, y uan tierna oración por el hermoso sueño de Santa Cecilia.
Saludos,
Volveré a leerte...Me encanto¡¡
Es un placer viajar en tu compañía por lo que espero que el viaje continúe.
Un abrazo
Un beso
Raul: me alegra de verte después de tu larga ausencia, aunque por lo que he leido en tu blog es debida principalmente a buenas razones. Suerte en tus proyectos y adelante con ellos.
Ofelia: aquí mismo, donde me has posteado está bien hecho, me alegran mucho tus palabras y espero verte por aquí también.
Leodegundia: es un placer viajar en tan buena compañía como es la vuestra. Si te digo la verdad, yo a Stefano Maderno no lo conocí hasta ver esta obra de la que hablo; sabía de su hermano Carlo y su trabajo en la basílica San Pedro, incluso los confundí en un principio hasta que Herri me aclaró la diferencia.
El viaje continúa.
Aminúscula: el Pie Jesus de Faure es quizá una de mis piezas musicales favoritas y he querido compartirla con vosotros en este post.
Gracias por vuestra visita y comentarios.
Salud y Fraternidad
Saludos y muchas, muchas gracias.
siempre tres con las que saques, o perderás el cuello.
Bonito paseo. Iba a postear esta mañana, pero leí algo de hermosa música, así que he esperado ha esta noche para escuharla,
valió la pena hermosísima música.
Enhorabuena, amigo.
usted perdone
Lady: lo maravilloso e impresionante es saberos al otro lado de esta pantalla entendiendo lo que yo, en más de una ocasión, considero que no he expresado con la belleza que quisiera.
Anarkasis, creo que vale la pena esperar para escuchar a Faure y más aún si es ya de noche, momento de sueños y caminos de penumbra. Lo mejor para un requiem que parece, como dice Lady, más una bella nana.
Por cierto Anarkasis ¿usted perdone?; ¿porqué?, fíjate que ahí sigue dormida como si nada...
Tanhauser: gracias por tus palabras, también sabes que aquí tienes tu nueva casa.
Salud y Gracias a todos.