Ikiru

Era cerca del mediodía cuando el autobús llegó a Rennes le Chateau. Por esas cosas de disfrutar lo más posible de lo que nos puede ofrecer el país, habíamos dejado el coche en Mirepoix, el pueblo de las caras de madera, y tomado el autobús que en una hora nos iba a llevar a nuestro destino. Es una solución cómoda –es un suponer-, barata y lo mejor para ir metiéndose en ambiente.
Lo primero que nos llamó la atención según íbamos entrando en el pueblo, fue un enorme cartel a la entrada que rezaba:
“Les fouilles sont interdites sur le territoire de la Comune de Rennes Le Chateau”
(“Están prohibidas las excavaciones en el territorio de la Comuna de Rennes Le Chateau”)

Nos quedamos mirándolo mientras el autobús paraba, intentando leer lo que ponía en él, a la vez que bromeábamos sobre nuestras expectativas de encontrar el tesoro dada la prohibición.

- No es el único –nos dijo un paisano que viajaba junto a nosotros al otro lado del pasillo-, ustedes los verán repetidamente a lo largo de todo Rennes Le Chateau.

Parecía como si allá estuvieran en pie de guerra con los buscadores de tesoros. Y no era para menos, durante mucho tiempo el pueblo y sus alrededores habían recibido la visita continua de curiosos, místicos de todo pelaje y, sobre todo, buscadores que no dudaban en profanar las tumbas del cementerio, saquear la iglesia o llenar de agujeros los alrededores de Rennes Le Chateau. Hubo quien en su búsqueda llegó a emplear dinamita, sembrando la alarma en el pueblo, y quién demolió unos curiosos restos que había en sus terrenos, harto de las visitas de los buscadores de tesoros.

Dado el panorama, la imaginación iba por delante de nosotros, y mientras nos diponíamos a bajar del autobús, imaginábamos entre risas a aquél pueblo como los de las películas del oeste, en las que hordas de buscadores de oro llenan las cantinas, meten mucho ruido y caminan por entre el barro de la calle con su recua cargada con picos, palas, y tiendas de campaña.

Pero no era así. Como estaba ocurriendo todos aquellos días –excepto el del mercado-, los rigores del invierno y las fechas en las que nos encontrábamos, alejaban a los turistas de aquellos lugares y a sus habitantes de pasear por las calles. Todo estaba tranquilo y, además, cerrado en su mayoría: no había donde tomarse un mal café a esas avanzadas horas de la mañana, ni un cruasán al que arrancarle los cuernos para lidiar el frío que hacía en aquél lugar.

Rennes Le Chateau es un pueblo no muy grande y apilado en lo alto de un monte, cosa que le proporciona una vistas maravillosas sobre todo hacia los Pirineos, pero también una exposición extrema a los rigores del tiempo y la compañía, en días como aquél, del tenebroso lamento del viento. Vamos, que eso unido a la soledad en la que se encontraban las calles, nos ayudaba a entrar de lleno en el ambiente tétrico y siniestro del “Universo Sauniere”. Todo sea por el tesoro.

La distribución y el tipo de casas que hay en el pueblo, denotan que éste afortunadamente conserva gran parte de su personalidad. Por una de las calles principales, se va ascendiendo hasta dar a mano derecha con un imponente castillo-palacio en ruinas, que es el que da nombre al pueblo y que tiene mucho que ver con la historia de tan manido tesoro de Rennes Le Chateau. Si se continúa subiendo, uno va encontrándose con una librería esotérica –cómo no-, un par de tiendas de recuerdos -¡qué raro!- y alguna que otra cosa más, todo ello cerrado.

Al poco se llega, tirando a mano derecha, al lugar en cuestión: la Iglesia de Santa María Magdalena, con un pequeño cementerio pegado a su lado. Como no se trata de hacer las funciones de una guía turística ni de explicar lo que a cada uno le puede decir su propio criterio visitando el lugar o viendo sus fotografías, me abstendré de hablar de ello. Eso es ya cuestión de verlo.

Nosotros íbamos a por lo del tesoro, y como parece ser que había que entrar allá para que nos dieran razón de él, pagamos religiosamente nuestro billete, y una guía nos acompañó a lo largo de todo el recinto de la parroquial, Villa Bethania –que así llamó el cura a la casa que se construyó ahí mismo-, el parque y la Torre Magdala; explicándonos de qué iba todo aquello.

El responsable de semejante revuelo había sido Bereguer Sauniere párroco del lugar allá por finales del siglo XIX, que convirtió una humilde parroquia de un deprimido pueblo, en un templo dedicado al mal gusto, el derroche y la tendencia a lo siniestro. Ocupando el cargo que ocupaba, y no siendo él de muy buena familia, llamó ya en su época la atención que de buenas a primeras hiciera una remodelación completa de la parroquia, comprara los terrenos anejos a la misma –con villa incluída-, para montarse un enorme jardín. Por si fuera poco, en un extremo de este, construyó colgando de la peña en la que está el pueblo y con vistas a los Pirineos, la Torre Magdala, dónde tenía una biblioteca y solía ir a recogerse. Todo esto, junto con la vida de derroche que parecía hacer, sus continuos viajes y los rumores que apuntaban a que había sido descubierto excavando en la tumba de una importante señora del lugar, despertaron las suspicacias de sus humildes parroquianos.

- Un tesoro, el señor cura ha encontrado un tesoro en alguna de las tumbas del cementerio –parece que empezó a rumorearse entre los vecinos del lugar.

Enterado de lo que decían los rumores y como no queriendo remover más las aguas, el párroco se limitó a decir que sí, pero que sólo había encontrado cosas sin apenas valor.

A pesar de ello el rumor continuó y, como con el paso del tiempo y la muerte de su protagonista la cosa había quedado sin aclarar para los vecinos del lugar, todo este asunto terminó por convertirse en leyenda, y por tanto en algo con más visos de realidad.

Sólo le faltaba un empujón más para que la historia saliera del pueblo y alcanzara la fama que ahora tiene. Y ese momento le llegó unos 40 años después –en los años 50-, cuando un tal Noël Corbu compró las posesiones de Sauniere a su heredera, convirtiendo el lugar en un hotel. Dado que este hombre era algo aficionado a las cosas del esoterismo, gustaba de entretener a sus clientes contándoles que Sauniere había obtenido su misteriosa fortuna gracias a un tesoro que había encontrado, al que denominó “Tesoro de la Reina Blanca” –por la reina Blanca de Castilla, madre del rey francés Luis IX-. De por qué se le ocurrió aquello no tengo idea alguna, pero seguro que tiene que ver con alguna leyenda.

El caso es que poco a poco, la historia se fue difundiendo fuera de aquél lugar hasta llegar a los medios, comenzando a llamar la atención de buscadores de tesoros y visionarios.

Al poco, se empezó a hablar de documentos que curiosamente se habían perdido, de interpretaciones ocultas a lo que era el mal gusto y el fanatismo de Berenguer Saunier, a lecturas interesadas y poco ajustadas a la realidad de todo lo que se iba examinando... Así se pasó a contar que allá estaban escondidos los famosos tesoros de los godos, que los templarios también tenían algo que ver con las riquezas ocultas y, por fín, sacaron a la palestra al Priorato de Sión, ese magnífico invento que teniendo poco más de 50 años, sigue convenciendo a muchos de que se remonta a los inicios de nuestra era. A partir de ahí, una interminable bibliografía argumenta por activa y por pasiva en defensa de que con todo ello tuvieron que ver Marías Magdalenas, Merovingios, Da Vincis y otras muchas cosas más del mismo lustre. Algo tendrá que ver en esta moda el pestiño de Dan Brown, que incluso tomó prestado el apellido del bueno de Sauniere para uno de sus personajes.

Pero, ¿y el tesoro?, ¿Había tesoro o no?.

No se sabe por el simple hecho de que nunca se ha encontrado nada importante y los argumentos que afirman que ahí se escondió algo son bastante endebles. Pero sí que consta que el protagonista de esta historia –Berenguer Sauniere- fue, en cierto modo, víctima de su propio éxito. Nunca estuvo muy a bien con las autoridades eclesiásticas de su tiempo, que le consideraron una persona un tanto conflictiva. De hecho, cuando le enviaron a Rennes Le Chateau, lo hicieron como castigo, expulsándole de su destino anterior y, muchos años después, volvieron a penalizarle expulsándole de su querida parroquia de Rennes Le Chateau a consecuencia de los rumores que corrían sobre su vida de lujo y la supuesta relación que mantenía con su ama de llaves.

El hombre que dicen encontró el mayor de los tesoros, dejó las arcas de su parroquia endeudadas hasta las cachas, y él mismo murió solo, pobre y habiendo colgado los hábitos un día del mes de enero de 1917.

Volvimos a coger el autobús para regresar a Mirepoix. En silencio, medio adormilado por el cansancio de la mala noche que había pasado, me puse mi abrigo a modo de manta, y apoyé la cabeza en el cristal de la ventanilla para ver si echaba un sueño. Imposible, mis pensamientos no me lo permitían, y la mirada, fija en lo que había en el exterior, se entretenía cada vez más a medida que salíamos del pueblo y la anochecida adornaba todo con su característica luz azul oscuro.

Así estuve todo el camino, observando los lugares por los que pasábamos, y aquello en lo que se ocupaban las personas que veía. Los había que trabajaban el campo, quienes paseaban por las afueras de los pueblos, en las plazas los niños jugaban bajo la atenta mirada de sus padres, y una tenue luz alumbraba el interior de las cantinas: allá se adivinaba, entre sombras y siluetas, cómo se iban juntando los parroquianos a medida que terminaban su jornada, para tomarse algún pastis antes de marchar a casa.

Todo era profundamente normal, silencioso, cálido y acogedor, como la vida misma cuando goza de ese pausado estado de plenitud al que llamamos cotidianeidad. Era el momento de respirar profundamente, cogerse bien del abrigo y cerrar los ojos. Todo está lleno de vida –pensé-, y nosotros formamos parte de ella…

Y entonces me acordé de aquellas imágenes de principios del siglo XX que había visto en Rennes, las del Abad, pero sobre todo las de los vecinos del pueblo, y de ellas, como siempre que observo una de esas fotos, me quedo con la mirada, con ese instante en el que uno se siente tan próximo a ellos y tan perdido en la marejada del tiempo.

¿Y el tesoro?. El tesoro me lo llevaba conmigo desde el mismo momento en que en la parroquia de Rennes Le Chateau, cerca de la entrada, vi un cartel escrito con rotulador diciendo:

“Dans cette Eglise, le trésor c’est vous…”

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
ese zarpazo de gato como que se desespereza sin acritud, con elegancia, haciendo historia, mientras cuentas otra.

si señor ¡"chapó"!, me quito el sombrero.
Anónimo ha dicho que…
Tu es, mon ami, notre trésor. Comme dit Anarkasis, chapeau (mais bien écrit).
Magnífico relato, Charles, envolviéndonos en su lectura y siendo capturados por tus historias.
Que pases un buen fin de semana.
Anónimo ha dicho que…
Se cuenta que cuando Saunière emprendió la reforma de la iglesia, al levantar el ara encontró varios documentos guardados en tubos de madera, sobre esto al parecer no hay dudas ya que los obreros que le ayudaban dieron fe de que el descubrimiento era cierto, aunque el contenido de esos documentos no está muy claro, lo que si parece es que a partir de aquel momento la fortuna del párroco cambió y pudo vivir de forma lujosa, restauró la iglesia, hizo nuevas construcciones y viajó bastante, pero al parecer esto no impidió que muriera en extrañas circunstancias si hacemos caso a lo que se cuenta. Según rumores su compañera sentimental había encargado un féretro con su nombre antes de que él enfermara y cuando se estaba muriendo vino a visitarlo el párroco de un pueblo vecino que salió de la habitación del enfermo con cara de horror negándose a darle la extremaunción. ¿Cuánto hay de verdad en todo esto?, quizás nunca se sabrá como sucede con tantos otros misterios.
Me gustó mucho la frase: “Dans cette Eglise, le trésor c’est vous…”, como me gusta también viajar en tu compañía.
Un abrazo
Pedro J. Sabalete Gil ha dicho que…
Que gran viaje Charles, gran paseo el que me diste.

Es cierto que llevado por el pestiño de Dan Brown todos acabamos conociendo la ubicación de ese pueblo y esa iglesia hortera que tiene un diablo dentro y reiterados homenajes a la Magdalena.

Rumores por todos lados, esoterismo a toneladas porque deja buenas divisas y porque siempre, cualquier objeto puede encerrar un misterio pero nunca será tan apreciado por mí como el sereno gusto que me da tu lectura.

Abrazos.
Anónimo ha dicho que…
Muchisimas evocaciones en tus palabras, algunas desconocidas para mi (le hice un favor a mis pobres neuronas y les ahorré el esfuerzo de leer al Brown este). Entresaco una que me gusta especialmente, Blanca de Castilla, reina francesa con mano de hierro, en un mundo donde los hombres guerreaban de aquí para allá, obsesionados por la conquista de Jerusalén, ella supo poner a Francia en un sitio de honor en la política europea de la Edad Media.
Un abrazo y buen fin de semana compañero.
P.D. Colmadas las expectativas de la búsqueda del tesoro. Stop.
almena ha dicho que…
Tantas historias acerca del párroco Sauniere...
Me encantaría hacer esa visita.
Sí.

Un beso!
Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Un viaje delicioso... La verdad es que he ido contigo y he disfrutado contigo de esa cierta extravagancia del párroco y de la fantasía popular, capaz de imaginar que es un tesoro descubierto lo que le permite tantas extravagancias. Y yo lo creo también. ¿A santo de qué le iban a conceder créditos o trabajarle de fiado...? ¡Ahí hay gato encerrado!No hay nada tan encantador como los personajes raros. Besos, querido viajero, y hasta pronto.
Anónimo ha dicho que…
Me ha gustado la travesía de Charles, un gran viaje evocando otras historias, con exquisitez y destreza. Te agradezco haberme echo pasar un buen rato.
Charles de Batz ha dicho que…
Anarkasis: !gracias por la descubierta craneal amigo!, veo que no has perdido detalle, y que al tesoro -aunque viene anunciado en el título-, lo has atrapado después de subirte con nosotros hasta la corona de este solitaria montaña en la que descansa el pueblo de Rennes Le Chateau.

Vailima: gracias por tus palabras,¿chapeau? ¿chapó?: podemos dejarlo, como hacían en aquél viejo anuncio, en eso de !boina! ;-) Por cierto, ¿sabías que en todo este embrollo estuvo mezclado hasta un famoso cuadro de Nicolas Poussin?.

Leodegundia: en los últimos años parece que se están publicando estudios al respecto intentado esclarecer la cuestión de manera más racional y documentada. Pero lo realmente atractivo de la cuestión para mi, son los dos personajes centrales de toda la historia: Sauniere y su amante-ama de llaves Marie Dedarnaud. Me interesa saber en qué medida se convirtieron en víctimas de las circunstancias en las que se había ido desenvolviendo sus vidas, cómo se enfrentaron a las acechanzas de su propio destino hasta crear en torno a sí mismos una siniestra y extraña historia.

Goathemala: viajamos en tanto que buscamos, ya que al fín y al cabo ambas palabras pueden emplearse muchas veces como sinónimos. En ocasiones no sabemos que es lo que buscamos hasta que llegamos a ello, y es entonces cuando el camino que hemos recorrido adquiere cierto sentido.

Lady: celebro que las expectativas hayan sido colmadas, gracias. Tal y como cuentas, Blanca de Castilla fue, en su época, una reina de las de "armas tomar". Mujer de gran carácter que trajo al mundo a San Luis, rey santo de nuestro país vecino y uno -junto a su madre- de los de mayor predicamento en los círculos integristas católicos de aquella época. ¿Fue por esto que pensaron en ella a la hora de adjudicarle la pertenencia del misterioso tesoro?. Imagino, como digo en la anotación que habrá alguna leyenda por medio que lo justifique.

Almena: pues no lo dudes y anímate a conocer aquella región en alguna de tus vaciones. Creo que vale la pena.

Isabel Romana: totalmente deacuerdo contigo con la atracción por los personajes raros y llenos de aristas como Sauniere. Tal y como le digo a Leodegundia, lo que realmente me atrajo del asunto fueron las dos personas que llegaron a levantar semejante revuelo. Algo había, aunque yo lo veo en sus personalidades y en como se desenvolvieron en sus vidas...

Itoitz: celebro que hayas disfrutado del viaje que empezó con una sabrosa cata de quesos y ha terminado en la punta de un monte buscando un tesoro. Nunca la hubiera realizado sin el ánimo de vuestro comentarios.

Gracias a todos por vuestra visita y los comentarios.

Salud y Fraternidad
M ha dicho que…
Charles,...tanta magia en tus post que entro descalza para no hacer ruido y enturbiar el ambiente de misterio...


Y si...el tesoro, siempre esta en ti...como la fuerza y el miedo....
Anca Balaj ha dicho que…
te superas cada diá, Charles de Batz,
cada vez me gusta más leerte.

Un beso
Anónimo ha dicho que…
El título del post me dejó un poco perpejo al principio, Ikiru (Vivir) la gran película del maestro Kurosawa; me dejo atapar por tu relato, desconozcía todo cuanto relatas y más aun que esto tuviera que ver con el famoso Código; nos llevas a la búsqueda de ese tesoro, que no es otro que nuestra vida. Muy hermoso Charles. Sí señor, era Ikiru.
Anónimo ha dicho que…
Añado antes de que venga Vailima que Herri se ha visto desbordado por su poliglosia y, además de atrapado está epaté, etoné y no sé si pateé por la potencia de la narración.Nos transportas Charles.
kasandra ha dicho que…
Y yo siempre le he envidiado esa torre..
Bijoy ha dicho que…
Nice post, its a really cool blog that you have here, i like the way you present things, keep up the good work, will be back.

Expect more from you...

Warm Regards

Biby Cletus :-

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