La sustancia de los sueños

Cuentan que a las lluvias las traía el mismo viento, rastrillando con sus dedos la superficie de lagos, ríos y mares para lanzar sus aguas a las alturas y dejarlas caer, como de rebote, donde la providencia lo estimara oportuno. Muchos afirmaban haber visto alzarse hasta el cielo grandes cantidades de agua, de manera que por unos instantes cambiaban su curso para dirigirse a lo alto, como si se tratara de un río celeste.
Así es cómo se originan las tormentas, y cómo éstas producen naufragios, y las vidas de los navegantes cambian en un instante llegando a las orillas más insospechadas, y quedando mudada en ocasiones su condición.
Aquél día de finales de abril, mientras esperábamos el momento de acercarnos a Cognac para destapar por fin el enigma que nos había llevado hasta aquellas tierras, visitamos el faro de Cordouan, uno de aquellos lugares que son pasto de los vendedores de posters, con torre rodeada de un mar tempestuoso.
Según cuenta una de esas leyendas que terminan por engrosar el apartado de historia de los folletos turísticos, el nombre de Cordouan le viene de los marinos españoles que mercadeaban con los vinos de Burdeos allá por la Edad Media. Si hacemos caso de lo que se dice, se las veían con tantos problemas para maniobrar en el estuario del Garona, que solicitaron a los mercaderes girondinos que construyeran ahí un faro. Lo hicieron; ¿Y cómo lo llamaron?: pues como parece que quienes lo solicitaron eran cordobeses, le llamaron “cordou” –Córdoba, en francés-, y de ahí lo de “cordouan”. Eso es lo que dice la leyenda.
La visita es, en sí, una pequeña aventura. Al estar en medio del mar, a unos pocos kilómetros de la costa, hay que acercarse en un barco que aquél día salía a las 8 de la mañana desde el puerto de Royan. Es cosa de media hora de navegación, y cuando uno llega, debe quitarse los zapatos y remangarse los pantalones para acceder al faro. Ya lo advierten al venderte el billete: se trata de un “debarquement les pies dans l’eau”.
El interior, que le ha valido al faro el sobrenombre de el "Versailles de la mer", es realmente impresionante, pues está equipado como si se tratara de un pequeño palacio, y cuenta, entre otras cosas, con una curiosa capilla con hermosas vidrieras, así como con las estancias donde habitan los fareros desde su puesta en servicio allá por 1611. Pero aquí no me voy a extender, que para eso están las guías de turismo.
Como teníamos tiempo de sobra hasta nuestro regreso a Royan, salimos al exterior a pasear por el muro que rodea la torre y desde el que se ve, cuando la marea es alta, la inmensidad del océano por todo el rededor. Allá, el día estaba claro, el aire algo más que suave y bastante fresco, con un fuerte aroma a mar, y flameando nuestros sentidos en compañía de los graznidos de las gaviotas que volaban alrededor del faro. Nos embargaba una sensación de profunda paz, de adormecimiento…
- Podíamos sentarnos un rato aquí, a leer frente al mar. Todavía tenemos más de una hora –dijo mi compañera.
Dicho y hecho. Nos sentamos, abrí mi mochila y saqué el libro que llevaba para amenizar aquellos momentos de espera que se le presentan a uno cuando menos lo imagina.
- Muy a propósito –pensé al tenerlo entre mis manos.
En “La hidra de la revolución” de Linebaugh y Rediker, se narra la conocida historia del “Sea Venture”. Era una fragata de la Virgina Company, que camino de aquella colonia con su nuevo gobernador y cerca de un centenar de colonos que llevaban más o menos forzados desde Inglaterra para reponer la diezmada población de lugar, fue atrapada por una tormenta.
La tripulación aguantó durante días hasta quedar exhausta, y cada vez más convencida de que les aguardaba una muerte segura. Así que decidieron dejarlo todo, no resistirse a lo que les deparaba el destino, y aprovechar sus últimos instantes para hacer lo único que merecía la pena en unas circunstancias como aquellas: bajar a la bodega y beberse todas las botellas de licor, una tras otra, sin dejar nada, “despidiéndose los unos de los otros hasta un encuentro más alegre y feliz en un mundo mejor”.

Pero estaba escrito que aquél no iba a ser su último día, y la tripulación al completo naufragó con poco más que unos rasguños en una desierta isla de las Bermudas. Todo parecía indicar que lo inhóspito y desconocido de aquellos lugares, de los que se conocían numerosas leyendas marineras que los llamaban “las islas del diablo”, iban a poner muy difícil la supervivencia a la malograda tripulación del Sea Venture.

Pues bien, resultó que aquél lugar que suponían encantado, infestado de demonios y seres monstruosos, no lo era tanto. Superada la primera noche, en la que tuvieron que aguantar asustados los continuos aullidos desgarrados que procedían de la espesura –y que no era otra cosa sino el canto nocturno de la fardela de Bermuda-, la cosa empezó a tomar otro color. La isla no era tan inhóspita, aunque estaba deshabitada, y ofrecía a los naúfragos todo aquello que necesitaban para alimentarse sin hacer apenas esfuerzo: gran variedad de fruta, abundante pescado y unos suculentos cerdos negros que habían logrado llegar nadando hasta las costas algunas décadas antes, tras el naufragio de un navío español.

Los funcionarios de la Virginia Company no terminaban de ver con buenos ojos todo esto, me refiero a la satisfacción que mostraban por tanta abundancia los colonos forzosos que viajaban con ellos a la colonia americana. Más aún cuando aquellos manifestaron no querer hacer nada por salir de aquél lugar y marchar al que era su destino, donde, según se decía, era tal la precariedad que los colonos con los que iban a convivir se alimentaban del cuero de las botas y de serpientes.

Vistas las cosas, y a sabiendas de que no tardarían en ir a buscarles al recibir el aviso de los barcos que hicieron la travesía junto a ellos, algunos de los colonos se conjuraron contra cualquier intento de regresar y planearon un motín para hacerse con los suministros salvados del naufragio. Pero fueron descubiertos y huyeron –como lo hacían los cimarrones-, al interior de la isla con la intención de buscar un lugar donde asentarse y no tener que marchar a Virginia.

El resto logró construir en pocas semanas dos naves llamadas Deliverance y Patience, con las que llegaron sin dificultad a Virginia, donde contaron lo que les había sucedido y cómo en aquella isla habían quedado unos cuantos de aquellos “vagos, insumisos y malvados” conspiradores.

La noticia tuvo su eco. Es de imaginar que por aquél entonces, como en cierta manera también ocurre ahora, iría ampliándose y recibiendo modificaciones a medida que pasaba de boca en boca. Y por éste conducto llegó hasta Europa, y de ahí hasta uno de los tantos accionistas de la Virginia Company, un célebre autor de obras teatrales llamado William Shakespeare.

Y esto es lo que iba a darle materia al autor para escribir la que sería a la vez su última y una de sus mejores obras: La Tempestad, que se estrenaría en noviembre de 1611 con motivo de las bodas de la princesa Elizabeth, hija del rey James I de Inglaterra.

De todo lo que hay en ella, quedarán presente siempre en mi recuerdo aquellos versos de Prospero, que como una advertencia para el que duerme profundamente en la realidad, parecen querer recordarnos la sustancia de la que estamos hechos y la fragilidad de todo aquello que guarda nuestra memoria:

Nuestra fiesta ha terminado. Los actores,
como ya te dije, eran espíritus
y se han disuelto en aire, en aire leve,
y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía,
las torres con sus nubes, los regios palacios,
los templos solemnes, el inmenso mundo
y cuantos lo hereden, todo se disipará
e, igual que se ha esfumado mi etérea función,
no quedará ni polvo. Somos de la misma
sustancia que los sueños, y nuestra breve vida
culmina en un dormir.

La marea, que había ido bajando, dejaba asomar por entre sus aguas algunas de las rocas sobre las que se asienta el faro. Entre ellas, como víctimas de su propio naufragio, varech y otras muchas algas, junto a restos de tablas, un marco de ventana y un cubo de plástico que quién sabe de donde procedían y cuál es su historia.

Teníamos que irnos, abandonar el faro y volver a tierra firme. Quizá ya es hora de que explique qué es lo que nos había traído hasta aquí.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
te superas,
Menudos bandazos me has arreao hasta echarme por la borda, al fin, exhausta me quedo en la isla con la tempestad, que por 1,5 € las obras completas a ver como no cojo el ladrillo de papel de ese maldito hijo de la gran bretaña....,
Anónimo ha dicho que…
Me imprimí ayer tu relato y me lo llevé de lectura de mesa para despedir bien el día.
Un placer reencontrarme con tus blog Tras estas semanas en Senegal.
un abrazo.
Ula ha dicho que…
He pasado un rato muy agradable leyendo tus aventuras y las de los que iban a Virginia.
Vivo al lado del mar, y suelo ir a leer cerca para mirar de vez en cuando el inmenso horizonte azul, que aquí (en el levante) está casi siempre claro.
Soy de origen cordobés y me ha hecho gracia la odisea por el rio de mis antiguos paisanos, tan poco acostumbrados al mar. Solo tenemos el Guadalquivir y no es navegable en nuestra ciudad.
Besos
Charles de Batz ha dicho que…
Pues agárrate bien al libro, Anarkasis, que por mucho bandazo y saltabordas que sufras, con las obras completas entre las manos flotarás, seguro que flotarás...

Es recíproco, amigo Itoiz,el placer del reencuentro y espero que pronto nos cuentes lo que has visto y sobre todo el modo en que has vivido tu viaje a aquél interesante lugar.

A mi también, Ula, cuando leí aquello de marinos de Córdoba, me chocó un tanto... pero bueno, hay que tomarlo como una leyenda aunque sin olvidar de que siempre hay algo de cierto en ellas. A saber si por aquél entonces el río era navegable hasta allá, o era que los cordobeses eran quienes invertían en el negocio y no los marinos, o que simplemente cuando han intentado explicar el porqué del nombre del faro, a alguno se le ha ocurrido encontrarlo en el parecido entre dos nombre... ¿que más da?. Por el mismo precio, podemos imaginar lo que más nos guste.

Muchas gracias por vuestros comentarios.

Salud
Pedro J. Sabalete Gil ha dicho que…
Otro maravilloso viaje el que me he dado con tus letras.

Servidor es de una parte de Jaén que linda con Córdoba y me sorprende la suposición de que unos cordobeses medievales pidieran el nombre de su ciudad.

Estoy buscando por imágenes del faro y desde luego es espectacular. Gracias por darme a conocer tan bello paraje y por la historia del Sea Venture.
Conocía la cita de Shakespeare pero no he leído La Tempestad.
Estoy deseando volver a las entradas que me quedan pendientes del 2006.

Abrazos.
Max Estrella ha dicho que…
gracias por la visita a mi blog.pronto me paso a leerle con tranquilidad.
un fuerte abrazo
Akasha Déclenché! ha dicho que…
Ah, es que los designios de Poseidón son muy caprichosos, nunca se sabe a dónde te llevarán sus potentes aguas...

"La tempestad" no era de mis favoritas en lectura, hasta que la vi en teatro y a pesar del minimalismo de la escenografía, se percibió la fuerza que ya había encontrado en "Hamlet" o "Macbeth" -oopss, no tenía que mencionarlo, que aún se cree maldito, jeje-.


Dejo Huellas de Besos con Colmillos... V V
alida ha dicho que…
Como me gusta leer esto, me imagino estar dentro de esa tempestad
Saludos!!!
almena ha dicho que…
Es una gozada volver y lerte, y sumergirse en tus letras.

Un abrazo
Anónimo ha dicho que…
Digo como los demás, que ha sido un placer leer este magnífico relato; con el añadido de que podemos tener la sensación de que, en cierto modo, nos está dedicado a los que entramos por aquí, y eso es un honor.
Que el Halcón Maltés sobrevuele siempre tus páginas.
Charles de Batz ha dicho que…
Lo comenté con Ula, Goathemala: a mi también me chocó aquello del origen del nombre, pero bueno, eso es lo que cuenta la leyenda y a partir de ahí lo que cabe es hacer la interpretación que más nos plazca.

Gracias por tus visitas a esos textos que ya casi dada por perdidos.

Ha sido un placer el visitarte, Max, y espero seguir viéndote por aquí.

Sin duda son caprichosos los designios de Poseidón, Akasha, y los de los vientos, las tormentas e incluso la calma que puede enloquecer hasta al más experimentado de los viajeros.

!Pues agárrate fuerte, Alida, que tempestades como aquella son las que enturbian el espíritu!.

Una alegría volver a verte por aquí después de tus pequeñas vaciones blogeras.

No estaba en el guión, amigo Vere, pero debió de ser cosa de Bogart lo de incluir la frase a la que alude el título de mi anotación al final de aquella magnífica película.

Tu intuición no te engaña y como uno, por motivos que no vienen al caso, está recapitulando partes de su existencia, ha querido dedicar este camino abierto a los que entraís por aquí. Quizá quede más claro en la próxima anotación, y si no, es cosa de mi falta de pericia al escribir.

De cualquier manera, yo también me apunto a eso de tener por delante una mala semana, por lo que es posible que no añada nada hasta la próxima.

Muchas gracias a todos.

Salud
Anónimo ha dicho que…
El gran Shakespeare y el gran Charles atacan de nuevo.

No puedo decir bonita historia, aunque lo sea. Los naufragios me ponen los pelos como escarpias..
Anónimo ha dicho que…
Nunca una visita turística a un faro generó en tanta narrativa bien pulseada.
Te felicito, Charles, tus letras no pierden el don de motivarme.
Un abrazo.
Charles de Batz ha dicho que…
No te preocupes por el naufragio, Medea, que seguramente nosotros al igual que la tripulación del Sea Venture, estaría en la bodega brindando por “un encuentro más alegre y feliz en un mundo mejor”. Aunque no creamos en esas cosas.

La motivación es mutua, amigo Gregorio, y es vuestra presencia y las palabras que me dejáis las que me motivan a seguir por aquí.

Salud y gracias por vuestra visita.
Ula ha dicho que…
Amigo charles, ya nos va haciendo falta un nuevo post.
Vuelvo a ver si hay algo nuevo y me encuentro con tu respuesta acerca de la navegabilidad del río Guadalquivir a su paso por Córdoba.
Me acuerdo que Séneca, el preceptor de Nerón, salió de Córdoba en barco. Entonces, efectivamente el río era navegable desde ahí.
Un abrazo.
Sofia ha dicho que…
Me acuerdo de haber leído muchas historias de barcos, naufragios y náufragos cuando chica, me encantaba y con este relato tuyo se me han venido nuevamente a la memoria esas noches en que me quedaba con la luz prendida hasta tarde, acostada ya, leyendo esas increíbles aventuras.

Muchos saludos.
Anca Balaj ha dicho que…
Me fascina la fluidez de tus relatos, es algo que no todo el mundo posee.

Un gran beso
peregrina ha dicho que…
Qué grato alivio le has dado a mi gripe, hasta creo que me siento bien.
Hermoso
Chela ha dicho que…
Charles, ¡que bien escribes! que cultos e interesantes relatos...

Yo, como persona que habita junto a la Torre de Hércules, en una esquina cantabro-atlántica, que tengo una ventana al mar al pie de otro faro, que la Costa de la Muerte nos ofrece continuamente, por desgracia, naufragios, pero también aventuras, leyendas...he disfrutado muchísimo de tu relato pero más que por el contenido por como lo cuentas.Tienes unas excelentes dotes literarias.

Como en el comentario que te hice en otra página creo que debes extenderme más y publicar. ¿Nunca lo has hecho? Si es así, danos tus referencias bibliográficas.

Un abrazo y te felicito.
Isabel Barceló Chico ha dicho que…
Me encanta viajar contigo, charles, eres capaz de sacar alegría y placer de cualquier cosa. En cuanto a aquellos náufragos, me disgusta que luego los chivatos fueran con el cuento para que no los dejaran en paz. Y más graves aún es sí, como dice Shakespeare, nos desvaneceremos sin dejar rastro... Besos y hasta pronto.
Charles de Batz ha dicho que…
Voy con un poco de retraso, Ula, pero estas semanas han sido un poco complicadas, por lo que no he tenido tiempo para actualizar mi bitácora.Espero hacerlo antes del fin de semana.

Las historia de naúfragos y piratas, Sofia, forman parte de lo más valioso de nuestra memoria pasada, de aquella que conservamos de la infancia, cuando nuestras lecturas e incluso el cine, estaban llenos de historias de tempestades y abordajes.

Peregrina, celebro que mi anotación haya tenido semejantes propiedades curativas. Espero que eso sea motivo suficiente para volver a verte por esta casa.

Una vez lo he hecho, Chela,aunque poco tiene que ver con todo lo que encierra mi cuaderno. Se trata más bien de un estudio de historia local, por decirlo de algún modo.Ocurrió lo mismo con algún poema, aunque de eso hace ya mucho tiempo y ni yo mismo me atrevo ahora a leerlo sin sentir bastante pudor.

De cualquier manera, estoy en hacer que esto cambie en unos meses y si fuera así os lo haría saber.

Es una pena, Isabel, que a los cimarrones del Sea Venture no les dejaran organizarse por su cuenta. Hubiera sido curioso conocer en acababa todo ello. De cualquier manera, en las Bermudas guardan todavía recuerdo de ello y en el escudo de la isla aperece un barco que no es otro que aquél del que hablo en mi anotación.

Gracias por vuestra visita.

Salud
Tanhäuser ha dicho que…
Un relato magnífico, lleno de matices de grandísima calidad.

Tus viajes son los míos cuando te leo.

Un abrazo.

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