La sustancia de los sueños
Pero estaba escrito que aquél no iba a ser su último día, y la tripulación al completo naufragó con poco más que unos rasguños en una desierta isla de las Bermudas. Todo parecía indicar que lo inhóspito y desconocido de aquellos lugares, de los que se conocían numerosas leyendas marineras que los llamaban “las islas del diablo”, iban a poner muy difícil la supervivencia a la malograda tripulación del Sea Venture.
Pues bien, resultó que aquél lugar que suponían encantado, infestado de demonios y seres monstruosos, no lo era tanto. Superada la primera noche, en la que tuvieron que aguantar asustados los continuos aullidos desgarrados que procedían de la espesura –y que no era otra cosa sino el canto nocturno de la fardela de Bermuda-, la cosa empezó a tomar otro color. La isla no era tan inhóspita, aunque estaba deshabitada, y ofrecía a los naúfragos todo aquello que necesitaban para alimentarse sin hacer apenas esfuerzo: gran variedad de fruta, abundante pescado y unos suculentos cerdos negros que habían logrado llegar nadando hasta las costas algunas décadas antes, tras el naufragio de un navío español.
Los funcionarios de la Virginia Company no terminaban de ver con buenos ojos todo esto, me refiero a la satisfacción que mostraban por tanta abundancia los colonos forzosos que viajaban con ellos a la colonia americana. Más aún cuando aquellos manifestaron no querer hacer nada por salir de aquél lugar y marchar al que era su destino, donde, según se decía, era tal la precariedad que los colonos con los que iban a convivir se alimentaban del cuero de las botas y de serpientes.
Vistas las cosas, y a sabiendas de que no tardarían en ir a buscarles al recibir el aviso de los barcos que hicieron la travesía junto a ellos, algunos de los colonos se conjuraron contra cualquier intento de regresar y planearon un motín para hacerse con los suministros salvados del naufragio. Pero fueron descubiertos y huyeron –como lo hacían los cimarrones-, al interior de la isla con la intención de buscar un lugar donde asentarse y no tener que marchar a Virginia.
El resto logró construir en pocas semanas dos naves llamadas Deliverance y Patience, con las que llegaron sin dificultad a Virginia, donde contaron lo que les había sucedido y cómo en aquella isla habían quedado unos cuantos de aquellos “vagos, insumisos y malvados” conspiradores.
La noticia tuvo su eco. Es de imaginar que por aquél entonces, como en cierta manera también ocurre ahora, iría ampliándose y recibiendo modificaciones a medida que pasaba de boca en boca. Y por éste conducto llegó hasta Europa, y de ahí hasta uno de los tantos accionistas de la Virginia Company, un célebre autor de obras teatrales llamado William Shakespeare.
Y esto es lo que iba a darle materia al autor para escribir la que sería a la vez su última y una de sus mejores obras: La Tempestad, que se estrenaría en noviembre de 1611 con motivo de las bodas de la princesa Elizabeth, hija del rey James I de Inglaterra.
De todo lo que hay en ella, quedarán presente siempre en mi recuerdo aquellos versos de Prospero, que como una advertencia para el que duerme profundamente en la realidad, parecen querer recordarnos la sustancia de la que estamos hechos y la fragilidad de todo aquello que guarda nuestra memoria:
Nuestra fiesta ha terminado. Los actores,
como ya te dije, eran espíritus
y se han disuelto en aire, en aire leve,
y, cual la obra sin cimientos de esta fantasía,
las torres con sus nubes, los regios palacios,
los templos solemnes, el inmenso mundo
y cuantos lo hereden, todo se disipará
e, igual que se ha esfumado mi etérea función,
no quedará ni polvo. Somos de la misma
sustancia que los sueños, y nuestra breve vida
culmina en un dormir.
La marea, que había ido bajando, dejaba asomar por entre sus aguas algunas de las rocas sobre las que se asienta el faro. Entre ellas, como víctimas de su propio naufragio, varech y otras muchas algas, junto a restos de tablas, un marco de ventana y un cubo de plástico que quién sabe de donde procedían y cuál es su historia.
Teníamos que irnos, abandonar el faro y volver a tierra firme. Quizá ya es hora de que explique qué es lo que nos había traído hasta aquí.
Comentarios
Menudos bandazos me has arreao hasta echarme por la borda, al fin, exhausta me quedo en la isla con la tempestad, que por 1,5 € las obras completas a ver como no cojo el ladrillo de papel de ese maldito hijo de la gran bretaña....,
Un placer reencontrarme con tus blog Tras estas semanas en Senegal.
un abrazo.
Vivo al lado del mar, y suelo ir a leer cerca para mirar de vez en cuando el inmenso horizonte azul, que aquí (en el levante) está casi siempre claro.
Soy de origen cordobés y me ha hecho gracia la odisea por el rio de mis antiguos paisanos, tan poco acostumbrados al mar. Solo tenemos el Guadalquivir y no es navegable en nuestra ciudad.
Besos
Es recíproco, amigo Itoiz,el placer del reencuentro y espero que pronto nos cuentes lo que has visto y sobre todo el modo en que has vivido tu viaje a aquél interesante lugar.
A mi también, Ula, cuando leí aquello de marinos de Córdoba, me chocó un tanto... pero bueno, hay que tomarlo como una leyenda aunque sin olvidar de que siempre hay algo de cierto en ellas. A saber si por aquél entonces el río era navegable hasta allá, o era que los cordobeses eran quienes invertían en el negocio y no los marinos, o que simplemente cuando han intentado explicar el porqué del nombre del faro, a alguno se le ha ocurrido encontrarlo en el parecido entre dos nombre... ¿que más da?. Por el mismo precio, podemos imaginar lo que más nos guste.
Muchas gracias por vuestros comentarios.
Salud
Servidor es de una parte de Jaén que linda con Córdoba y me sorprende la suposición de que unos cordobeses medievales pidieran el nombre de su ciudad.
Estoy buscando por imágenes del faro y desde luego es espectacular. Gracias por darme a conocer tan bello paraje y por la historia del Sea Venture.
Conocía la cita de Shakespeare pero no he leído La Tempestad.
Estoy deseando volver a las entradas que me quedan pendientes del 2006.
Abrazos.
un fuerte abrazo
"La tempestad" no era de mis favoritas en lectura, hasta que la vi en teatro y a pesar del minimalismo de la escenografía, se percibió la fuerza que ya había encontrado en "Hamlet" o "Macbeth" -oopss, no tenía que mencionarlo, que aún se cree maldito, jeje-.
Dejo Huellas de Besos con Colmillos... V V
Saludos!!!
Un abrazo
Que el Halcón Maltés sobrevuele siempre tus páginas.
Gracias por tus visitas a esos textos que ya casi dada por perdidos.
Ha sido un placer el visitarte, Max, y espero seguir viéndote por aquí.
Sin duda son caprichosos los designios de Poseidón, Akasha, y los de los vientos, las tormentas e incluso la calma que puede enloquecer hasta al más experimentado de los viajeros.
!Pues agárrate fuerte, Alida, que tempestades como aquella son las que enturbian el espíritu!.
Una alegría volver a verte por aquí después de tus pequeñas vaciones blogeras.
No estaba en el guión, amigo Vere, pero debió de ser cosa de Bogart lo de incluir la frase a la que alude el título de mi anotación al final de aquella magnífica película.
Tu intuición no te engaña y como uno, por motivos que no vienen al caso, está recapitulando partes de su existencia, ha querido dedicar este camino abierto a los que entraís por aquí. Quizá quede más claro en la próxima anotación, y si no, es cosa de mi falta de pericia al escribir.
De cualquier manera, yo también me apunto a eso de tener por delante una mala semana, por lo que es posible que no añada nada hasta la próxima.
Muchas gracias a todos.
Salud
No puedo decir bonita historia, aunque lo sea. Los naufragios me ponen los pelos como escarpias..
Te felicito, Charles, tus letras no pierden el don de motivarme.
Un abrazo.
La motivación es mutua, amigo Gregorio, y es vuestra presencia y las palabras que me dejáis las que me motivan a seguir por aquí.
Salud y gracias por vuestra visita.
Vuelvo a ver si hay algo nuevo y me encuentro con tu respuesta acerca de la navegabilidad del río Guadalquivir a su paso por Córdoba.
Me acuerdo que Séneca, el preceptor de Nerón, salió de Córdoba en barco. Entonces, efectivamente el río era navegable desde ahí.
Un abrazo.
Muchos saludos.
Un gran beso
Hermoso
Yo, como persona que habita junto a la Torre de Hércules, en una esquina cantabro-atlántica, que tengo una ventana al mar al pie de otro faro, que la Costa de la Muerte nos ofrece continuamente, por desgracia, naufragios, pero también aventuras, leyendas...he disfrutado muchísimo de tu relato pero más que por el contenido por como lo cuentas.Tienes unas excelentes dotes literarias.
Como en el comentario que te hice en otra página creo que debes extenderme más y publicar. ¿Nunca lo has hecho? Si es así, danos tus referencias bibliográficas.
Un abrazo y te felicito.
Las historia de naúfragos y piratas, Sofia, forman parte de lo más valioso de nuestra memoria pasada, de aquella que conservamos de la infancia, cuando nuestras lecturas e incluso el cine, estaban llenos de historias de tempestades y abordajes.
Peregrina, celebro que mi anotación haya tenido semejantes propiedades curativas. Espero que eso sea motivo suficiente para volver a verte por esta casa.
Una vez lo he hecho, Chela,aunque poco tiene que ver con todo lo que encierra mi cuaderno. Se trata más bien de un estudio de historia local, por decirlo de algún modo.Ocurrió lo mismo con algún poema, aunque de eso hace ya mucho tiempo y ni yo mismo me atrevo ahora a leerlo sin sentir bastante pudor.
De cualquier manera, estoy en hacer que esto cambie en unos meses y si fuera así os lo haría saber.
Es una pena, Isabel, que a los cimarrones del Sea Venture no les dejaran organizarse por su cuenta. Hubiera sido curioso conocer en acababa todo ello. De cualquier manera, en las Bermudas guardan todavía recuerdo de ello y en el escudo de la isla aperece un barco que no es otro que aquél del que hablo en mi anotación.
Gracias por vuestra visita.
Salud
Tus viajes son los míos cuando te leo.
Un abrazo.