El espíritu
Antes de seguir adelante, quiero decir unas cuantas palabras acerca de mi amigo Jacquou. Cuando le conocí tres años atrás acababa de jubilarse, pero no de cualquier manera sino a todo lo grande, con una fiesta de despedida a la que habían acudido todas las fuerzas vivas y no tan vivas de la comarca. Mientras se acariciaba sus blancas barbas no sin cierta vanidad, me contó que había sido el maestro escuela de varias generaciones de vecinos de Lectoure:
- Aunque a muchos de ellos parezca no haberles servido de nada- apostillaba señalando con un guiño acompañado de un fugaz movimiento de cabeza al dueño del Café de La Poste-. Parece mentira que éste y su primo el alcalde sean hijos de la casa del cura…
- ¡Bo, bo, bo!- exclamó le curé, que así le llaman al dueño de aquél establecimiento, medio en serio, medio en broma, cuando escuchó decir aquello a su parroquiano más fiel. –Todo eso no son mas que tonterías, viejo, porque bien que aceptas todas las invitaciones que te hago.
Según nos contó Jacquou, llamaban así –los curas- a todos los miembros de aquella familia, no porque fueran hijos de un abate –que de esos también los hay por aquí, aclaró-, sino porque fueron sus antepasados, en tiempos de la revolución, quienes compraron al Comité de Revolucionario del lugar de Beaucaire una vieja iglesia –ermita decía le curé-, medieval a muy bajo precio, para trasladarse a vivir allá. Desde entonces, varias generaciones de aquella familia han nacido en aquel templo transformado en vivienda. Uno de ellos nuestro anfitrión.
A Jacquou le gusta dárselas de conocer al dedillo la historia local. No en vano, desde su jubilación ha publicado un par de libros sobre el tema, cosa que le ha hecho ganar cierta consideración por parte de sus vecinos.
- De casi todos –me dijo, señalando a le curé-, porque este en los casi treinta años que le conozco, jamás le he oído decirme nada bueno.
A este amigo mío le gusta declararse Volteriano, ateo, individualista y algo pesimista. Sin embargo, esto no le impide ser un hedonista con todas las de la ley. Parece disfrutar de cada momento, y allá donde lo encuentras, está dispuesto a compartir con quien lo desee de unos momentos de amena conversación. Todavía lo veo tomando su copa de Armagnac por el tallo, entre los dedos índice y corazón, haciéndola girar en círculos casi de manera imperceptible, mientras hondea el contenido casi hasta su borde, dejando un rastro húmedo y circular muy cerca de él, que poco a poco resbala por las paredes de la copa. Es entonces cuando lo alza a contraluz, observa en silencio su textura, la acerca a la nariz para apreciar los aromas que el movimiento ha desprendido, y vuelve a elevarla para disfrutar de su dorado color.
- El hombre es tan sabio cuando se lo propone, amigo mío, que siempre habrá en él algo de alquimista. Mira el color de éste Armagnac. Tiene el color del oro, y si hiciéramos caso a aquellos brujos, beber éste metal tiene poderosísimos efectos curativos, ¡quién sabe si incluso el secreto de la eterna juventud!
- Bridemos por ello –le respondí lanzando un guiño a le cure que escuchaba divertido la perorata de Jacquou.
En otra ocasión, esto ocurrió la última noche que pasé en Lectoure hace tres años, apareció con una bolsa debajo del brazo, se sentó después de saludarnos y preguntarnos por lo que habíamos visto aquél día. Después dirigió su atención a nuestros vasos.
- ¿Qué bebeis?
- Un Madiran.
- Bien, cure ten la bondad de ponerles dos vasos nuevos –dijo mientras sacaba de la bolsa un libro que apartó discretamente a un lado, y ponía una botella de vino sobre la mesa-. No es un Latour-Martillac, pero vale para mi intención: este Château Ferran es rico, aromatizado, y suelta la lengua por los campos de la conversación. Os preguntaréis porqué os digo esto. Escuchad lo que tengo que contaros…
Nací a las orillas de aquel maravilloso rio que es el Garona, muy cerca de Burdeos, en Eyquem-le-Reys. Seguramente el nombre os recuerde al apellido del señor de Montaigne que vivió muy cerca de ahí. Mi padre era Español, huyó muy joven de su país para evitar que por hacer el servicio militar fuera enviado a la guerra de África, como le había pasado a un hermano suyo. Lo único que sabía hacer era trabajar la vid, así que pasó muchos años empleándose en las haciendas de aquellos alrededores, hasta que acabó por instalarse en Eyquem, donde casó con la hija del maestro del pueblo, mi madre.
Recuerdo que los primeros años de mi vida los pasé en un estado semisalvaje, pero entendido como los pasábamos los niños de entonces, aprovechando al máximo cualquier momento de libertad para correr en gavilla por los bosques de los alrededores, descubriendo el mundo que nos rodeaba, a la vez que descubríamos también los misterios de la vida. Curiosamente, a medida que íbamos interesándonos por los segundos, parecíamos volvernos más sedentarios y abandonar los primeros.
De aquellos años de pequeño diablo, guardo en la memoria con el mismo cariño el recuerdo de las cosas que entonces fueron alegres o tristes, pues a todas ellas no puedo ahora sino verlas rodeadas de un halo luminoso, y lleno de frescor y esperanza. No se, es difícil de explicar… El caso es que durante mucho tiempo, yo y mis pequeños amigos tomamos el relevo de la generación anterior en eso de mantenernos en pie de guerra con los niños del pueblo vecino –La Brede-, que, como todo el mundo sabe, cagan sin quitarse los pantalones. Ellos, por su parte, nos acusaban de mostrarnos muy cariñosos con nuestras vacas, pero eso, como también todo el mundo sabe, es mentira.
Lo que molestaba sobremanera a nuestros vecinos era que nos metiéramos con aquello a lo que ellos más apreciaban, el castillo de nuestras envidias, el de los señores del lugar, que se erguía ahí, imponente en medio de un lago artificial, que hacia desbocarse a nuestra imaginación en heroicas aventuras medievales de sitios y conquistas de fortalezas inglesas, gritando al viento el nombre de la Pucelle de Orleans.
Por aquél entonces nos importaban lógicamente mucho más nuestras fantasías que la realidad del castillo, aunque por boca de mi madre hubiera oído en cantidad de ocasiones lo orgullosos que deberíamos sentirnos de él; no por ningún hecho de armas, sino porque en él nació y vivió uno de los mayores personajes de la historia universal: Charles Louis de Secondat, Señor de la Brède, y Barón de Montesquieu. Para cuando tuve consciencia clara de quién era aquél señor, yo y mis amigos ya habíamos tomado las puertas del castillo media docena de veces, y otras tantas habíamos sido expulsados de ellas por nuestros vecinos reforzados con el apoyo de sus hermanos mayores.
Pero el tiempo pasa, y al llegar el momento en el que unos tuvieron que abandonar la escuela para cooperar en el sustento de sus familias, y otros salimos de nuestros hogares para continuar con nuestros estudios; los de mi generación pasamos el relevo de tan importante encomienda –la de mantener aquella guerra con la chiquillería del pueblo vecino-, a la que venía detrás de nosotros.
Fue entonces, a mi marcha a Burdeos, cuando descubrí el verdadero significado que tenía para todo buen gascón aquél hombre, el Señor de Montesquieu. Mas allá de lo que los libros nos contaban, aprendí que aquél viajero amante de la libertad fue uno de los más importantes difusores de las excelencias de nuestros vinos, y un experimentador nato en la mejora de su calidad. ¡Nada más y nada menos que el cerebro privilegiado de Montesquieu, preocupándose por las excelencias de este humilde caldo!, ¡benditos sean los dioses!.
Mi profesor en la universidad por aquél entonces me habló de los vinos que producía el filósofo, quién llego a vender un blanco de Graves en Alemania e Inglaterra, lugar este último donde hacía gran parte de sus negocios. No es de extrañar pues, que sus viajes a las islas vecinas le hicieran conocer su sistema de gobierno, más libre por aquél entonces, en el que además se impulsaba el florecimiento del comercio, y que de ahí concluyera que era aquello lo que más podía beneficiar a la Francia de Luis XV.
Se contaba entonces, y lo recoge un conocido libro sobre el Montesquieu vinatero, que allá por los años treinta del siglo veinte, un conocido profesor de la Universidad de Burdeos planteó en su examen final a un alumno la relación que había entre el título de la obra más importante de aquél filósofo –El espíritu de las leyes-, y el espíritu del vino. El interrogado quedó mudo, sin saber que decir, y sólo después de algún tiempo acertó a explicar la clara relación que había entre uno y otro, en tanto que el segundo se obtiene tras un proceso de destilación, en el que se recoge la esencia básica del vino; y el primero es consecuencia de un proceso de profunda reflexión en el que el hombre debe alcanzar la esencia de sus ideas. Esto es lo que se contaba entonces como digo, pero ya hay quién dice que no se trata sino de una leyenda. A mi me da igual, pues me vale para entender que la misma tierra en la que nacemos y de la que nos alimentamos, ha inspirado en cierta medida a uno de los primeros filósofos que inició el camino hacia la libertad. Este es el mismo Montesquieu que dijo aquello de:
“No se si mis vinos deben su reputación a mis libros, o mis libros se la deben a mis vinos”
Al poco de abandonar mis estudios en Burdeos, me vine aquí a Lectoure, no muy lejos de mi tierra, pero si lo suficiente para echarla en falta de vez en cuando. Lo que hago entonces es tomar una botella de un vino de Martillac o de La Brede, la abro, y a medida que lo saboreo en el paladar y lo remuevo suavemente en el vaso para disfrutar de su espeso flameo, reavivo el espíritu de todo aquello a lo que me recuerda: el color de aquellas tierras a las orillas del Garona, su sol, el frio, el aspecto de las calles de Eyquem aquellas mañanas en las que salía con mis amigos a pelearnos con los del pueblo vecino, el profundo aroma a humedad del castillo y la mirada de aquella primera dama que se enseñoreó de mi corazón… Así, con la ayuda del espíritu encerrado en una botella, revivo dentro de mí el de aquellos instantes que no fueron ni mejores ni peores, pero fueron.
- ¿Y cual crees que es entonces el espíritu, o la esencia si lo prefieres, de este momento? – me atreví a interrumpirle.
- ¿El de este momento? Ese está ahora aquí mismo, destilado por la oscuridad de la noche, la calidez de estos caldos y el placer de una buena conversación. ¿Necesitamos más?
- Yo creo que no.
- Pues antes de que os cuente por qué he traído este libro, dejemos que durante un rato sea nuestro paladar quien nos hable de recuerdos, verdaderos o falsos. Brindemos por ellos y por quienes quisiéramos que estuvieran aquí con nosotros en este momento.
Unimos nuestras copas y las alzamos más allá de la altura de nuestras cabezas, casi a la misma de algo que me trajo al recuerdo las máximas que iluminan vigas y paredes de la torre del señor de Montaigne. Era una leyenda que, colocada por nuestro amigo le cure hace seguramente ya muchos años, reproducía unas hermosas palabras del paisano filósofo de Jacquou.
« Je passe ma vie à examiner… Tout m’intéresse, tout m’étonne… »
Comentarios
De las bebidas que citas solo conozco el Armagnac, del cual, en ocasiones, llegué a utilizar alguna cantidad para macerar guindas...que luego, pasados unos meses, resultaban deliciosas y que teñían de un rojo especial el dorado liquido.
Siento envidia de tan bello paraje, de tan buena compañía, de tan interesantes relatos, y de la oportunidad de una de esas copas.
Un amistoso abrazo, Charles
Mientras leía sentía el placer de poder estar en la conversación, casi dando vueltas al tallo de mi copa medio repleta de esos vinos que desgraciadamente no conozco, aunque sí con el espíritu.
Ya lo decía Montesquieu "Dales buenos vinos y ellos os darán buenas leyes", buenos vinos y buen espíritu.
Un placer la lectura amigo Charles; seguro que el amigo Jacquou tiene muchas cosas sobre las que hablar.
Un abrazo y muchas gracias.
A Jacquou, amigo Herri,me dio a mi la sensación de que le gusta mucho escucharse a sí mismo. No está mal cuando tiene tanto que contar, sabe escuchar y atender también a los demás, y lo hace todo ello de la manera más cordial y reposada que he visto. Yo tampoco conozco muchos de los caldos que menciono, si no es por su nombre y lo que me han contado estando allá.
Estoy seguro, Vere, de que hubiérais disfrutado allá, de aquellas cálidas y locuaces veladas.
Leo, no sólo participáis en silencio, también lo hacéis a través de vuestros comentarios que, en cierta medida son los que dan vida y continuidad a este cuaderno.
Muchas gracias, como siempre, por el testimonio de vuestro paso.
Salud
Esta mañana, como contraste a una semana atroz, el espíritu del vino, el de la Gascuña, el de Montesquieu, el de Francia toda se desprende de tu bellísimo texto y me deja, como antaño, con la añoranza de lo ya apurado y la impaciente espera por lo que aún ha de venir. Gracias mil Charles por tus historias reencontradas...
Ese es en cierta manera uno de los juegos del escrito amigo Cósimo. Vuelvo agradecerte el premio que me has otorgado y disculpame que no continue el hilo, pero es que, como bien te dijo otro de los galardonados, apenas he tenido tiempo de continuar con lo que estaba contando. Espero que sepas disculparme.
Amiga Freia, !que te voy a decir!, claro que todavía quedan historias por venir, y espero, en cuanto tenga tiempo, seguir dando cuenta de ellas en este cuaderno. Veo que vuelves a la actividad, y eso me alegra.
Gracias por vuestra visita.
Salud
¡Salud! pour Jacquou,
¡Salud! pour la Pucelle de Orleans.
¡Salud! pour le cure
santos vinos terminaran siendo...
Hasta el final no he echado de menos las historias del libro que nos vas a traer, perdón que traían bajo el brazo.
Me voy a tener que poner un pitorrillo de esos que te chivan cuando se ha posteado, es que continuo a la vieja usanza sentado a la puerta escuchando chismes, soleándome y claro , llego casi al entierro de la botella
Un placer tenerte por aquí
Salud
bellas palabras, hermoso texto!!!
Gracias por tu visita, Mi despertar, celebro que hayas disfrutado de su lectura.
Salud
Ya sabemos la debilidad de ésta teoría pero es verdaderamente tentadora a nivel literario y poético.
El clima, la tierra donde se forma una vino que forja un carácter, sintetiza una forma de ser. Y sobre todo un deleite.
Y de paso te agradezco el recuerdo de la lectura que hice del El Espíritu de las Leyes e los años ochenta (vergüenza me da decirte como conseguí el libro). Admiro a los enciclopedistas franceses, los que construyeron el armazón donde se sustentas nuestros Derechos Humanos. ¡Qué tiempos debieron ser aquellos...!
Salud.
"Todavía lo veo tomando su copa de Armagnac por el tallo, entre los dedos índice y corazón, haciéndola girar en círculos casi de manera imperceptible, mientras hondea el contenido casi hasta su borde, dejando un rastro húmedo y circular muy cerca de él, que poco a poco resbala por las paredes de la copa".
Toma ya.
Es una pena que a la hora de la verdad pidan textos "pelados", secos, que vayan al grano (es asi al menos con microrrelatos y relatos cortos). Con lo que a mi me gustan estas florituras, estos saltos mortales, estas acrobacias poéticas.
Estoy hoy espeso.
Saludos.
Mmmm ¿el libro, Medea? espera que mire... mmm... ¿de vinos?... ¿tú crees? ... espera que mire...mejor dejamos que sea el propio Jacquou el que nos lo diga en la proxima anotación ;-)Si que es una pena que pidan textos de esos, pero es que también se necesita la suficiente habilidad para sintetizar en pocas palabras lo que otros hacemos en medio de fuegos de artificio y saltos mortales...
Sabéis que es para mi un verdadero placer teneros por aquí
Salud
Para mi sorpresa me encuentro está novedad de la relación de blogs en el lateral de la página y entre ellos el mio( hoy me encontré también en el de otra amiga del ciber espacio).
Y bueno, me agrada y me alegra que me hagas esa deferencia. Es un honor figurar en un blog como el tuyo.¡gracias, Charles!
Un abrazo.
Antes para lograr libros era capaz de casi todo.
Afortunadamente ahora ya puedo pagármelos.
Saludos.
Curiosa historia, Goathemala. Creo que es bonito evocar los recuerdos que tenemos colgados de muchos de nuestros libros, algunos de ellos llegados a nuestras manos por métodos un tanto "inusuales": guardo en mi biblioteca "Los monederos falsos" de Gide y "El silencio de las sirenas" de Adelaida Garcia Morales, como recuerdo del préstamo que me hizo una buena amiga y que nunca delvolví; una preciosa edición de "Las flores del mal" de Baudelaire y "Las bodas de Cadmo y Harmonía" de Calasso -curiosamente hoy hablan de él mis amigos Vere y Herri en su blog-, regalo de un buen amigo de Pamplona en aquellas lejanas y borrosas noches de hace ya mucho tiempo; las diferentes ediciones de los "Ensayos" de Montaigne que colecciono desde mis años de estudiante y a los que regreso cada vez que necesito algo de refugio; un libro que me regaló un buen amigo allá en Lectoure y del que os hablaré muy pronto... y largo etcétera de libros, cada uno de ellos con su propia historia.
Seguramente, si nos los tuviera, muchos de esos recuerdos no existirían. y eso no es bueno.
Gracias por volver por aquí
Salud