Los singulares efectos de una tormenta
Parece que llueve. Estamos en pleno agosto, y en lo poco que llevamos de vacaciones, apenas hemos podido ver asomar en el cielo una fina cinta azulada de luz. Todo es gris y mate, con ese aspecto plomizo y metálico de los días cerrados cuyo destino está escrito sin remisión: agua, frío y humedad. Afortunadamente, resulta muy distinto verlo desde una de las ventanas de la oficina, en medio del ruido y la monótona compaña del trabajo, que desde aquél lugar, en la primera planta del Louvre, con la plaza del Carrousel bajo nosotros. - Bueno, nosotros a lo nuestro. ¡Vamos!. - Vale, pero no vayas tan deprisa que no nos espera nadie. - ¿Qué no nos espera nadie?, ¿estás segura? - ¡Charles, eres como un crío! No es la primera vez que me lo dicen, y a fe mía que no será la última. Dado que es habitual en mí perder el gobierno de mis emociones en circunstancias como aquellas, quien está acostumbrada a tratarme no debió extrañarse demasiado cuando apreté el paso y eché casi a correr por los pasill...