El Diamante y la Venganza V
…el deseo de consumarla, era lo único que había mantenido a Antoine Allut vivo, y con las fuerzas suficientes para soportar todas las penalidades por las que había pasado desde aquél día en que aquél Abad Baldini -¡abad!, se decía a sí mismo con una mezcla de burla y amargura-, le entregara un valioso diamante a cambio de delatar a sus tres amigos de París.
Cuando él y su mujer se enteraron de que el mismo joyero que había tasado el diamante ante el Abad Baldini, lo vendió a un mercader turco por el doble de lo que les había pagado a ellos, montaron en cólera, lo asesinaron, robaron su dinero y huyeron lo más lejos que pudieron: a Grecia. Allá murió la mujer de Allut de unas enfermedades, y él fue apresado por un motivo desconocido y condenado a galeras.
Fue en aquellos años de cautiverio donde acumuló en su espíritu el ánimo único de la venganza, centrado en aquél maldito abad de Nápoles que había llevado la desgracia a sus vidas. Por algún motivo, lo consideró el único culpable de todo lo que le había pasado desde entonces, y se prometió para sus adentros que, a la primera oportunidad, rompería aquella condena para cumplir con su venganza.
“Allí estuve pudriéndome durante varios años” –contaría después. Pero por fín logró huir, y rápidamente se llegó hasta Nápoles en busca del abad de sus desgracias: allá nadie sabía dar razón de él, ni siquiera había quién pudiera decir que por lo menos le sonaba el nombre. Baldini no exitía.
Allut buscó en el cementerio de Nápoles, y tampoco encontró la tumba de quién había sido su difunto amigo:
- Y poco después supe que vivías… ¿Cómo lo supe? –siguió contando en voz alta, mientras conducía a golpes y cubierta la cabeza por un saco a Picaud- Ni tú ni el Papa me arrancaréis ese secreto.
Para cuando Antoine llegó a París, Chaubard y Solari ya habían sido asesinados, Loupian arruinado, y sus hijos llevados a los peores extremos de la desdicha.
- Esta misma noche, tenía la intención de acercarme a Loupian y contárselo todo, pero una vez más, me has tomado la delantera… ¡Sin duda es el mismísimo diablo el que te guía, pero ni él te va a librar de mi venganza!
Picaud no dijo nada al principio. En su mente iba preparando un nuevo plan que, como no, terminaba con otra venganza: a él, que poseía más de dieciséis millones de francos, poco le costaba ofrecer a Allut unos miles a cambio de su libertad, “y después libre yo de sus manos, haré todo lo posible porque no tarde en sucumbir en las mías”.
Pero Antoine no iba a caer en la trampa. Sabía perfectamente lo que se jugaba. Condujo a Picaud al sótano de una casa, y allá lo dejó encadenado sin darle nada de comer. Cuando pasado el tiempo este le pidió algo de pan, su captor le dijo que por cada comida tendría que pagarle veinticinco mil francos.
- Jamás –fue la única respuesta que obtuvo.
- Es cuestión de tiempo. Esperaré.
No cambió de opinión. Pasó el tiempo, y el hambre y la desesperación fueron minando la salud y el ánimo de Picaud. Su sufrimiento llegó a tal punto que sufrió varias infecciones, y la fiebre le llevó a un punto de casi total inconsciencia, en la que parecía capaz de sentir el dolor físico, pero sin serle posible llegar a discernimiento alguno.
Fue entonces cuando Allut comenzó a desesperarse pensando que si Picaud moría, no habría manera alguna de hacerse con su fortuna. Intentando traerlo de vuelta a un estado de consciencia, se precipitó sobre él mordiéndole, pinchándole el cuerpo y hasta los ojos con un cuchillo, pero sin llegar a conseguir nada: únicamente –según palabras que podrían ser del mismo Allut- una sonrisa burlona y diabólica, como respuesta a todos sus intentos de reanimarlo. A consecuencia de estas torturas, Picaud murió y Allut temiendo ser descubierto por la policía y volver a ser condenado, abandona París y huye a Inglaterra.
Algunos años después, en 1828, Antoine Allut cae gravemente enfermo y el médico apenas le da unos días de vida. Viéndose a punto de morir, hace llamar a un sacerdote católico compatriota suyo. Le confiesa todo lo ocurrido tanto a Picaud como a él, dictándole los detalles de esta historia, que después corrobora con su firma en todas y cada una de las hojas que el padre ha transcrito con su testimonio.
Siguiendo las instrucciones de Allut, que murió al poco, el sacerdote envió a la policía francesa el manuscrito, todavía conservado en sus archivos, en el que se relata esta historia, encabezado por una carta que dice:
"Señor prefecto,
he tenido la satisfacción de acompañar al arrepentimiento a un hombre eminentemente culpable. Él creyó, y yo pienso como él, que sería útil haceros saber acerca de una serie de hechos abominables en los cuales este pobre desgraciado ha sido sujeto agente y paciente, a la vez. Si se siguen las indicaciones que contiene el escrito anexo a esta carta, encontrarán la cámara subterránea donde aún deben de encontrarse los restos del miserable e infortunado Picaud, triste víctima de sus pasiones y de su odio. Dios perdona, pero los hombres, en su orgullo, quieren ser más que Él, y por ello buscan la venganza, que siempre acaba por destruirlos.
Antoine Allut buscó en vano dónde y cómo estaban escondidas las riquezas de su víctima. Incluso llegó a penetrar, una noche, en su vivienda secreta, pero no halló ningún resguardo, título o documento, no pudo hacerse con ninguna suma de dinero. En esta hoja encontrará la dirección y las indicaciones precisas para llegar hasta los dos alojamientos que, con nombres falsos, ocupaba Picaud en París.
Ni siquiera en su lecho de muerte, Antoine Allut se avino a referirme cómo había llegado a tener conocimiento de los hechos que me relataba de memoria, ni quien le había dado la información sobre los crímenes o la fortuna de Picaud. Únicamente, una hora antes de expirar, me confesó: 'Padre, la fe de ningún hombre puede ser más viva que la mía, puesto que he visto y oído hablar a un alma separada de su cuerpo'.
Nada indicaba entonces que Allut sufriera de delirio; acababa de hacer una auténtica profesión de fe. Los hombres del siglo son presuntuosos y, en su ignorancia, consideran que su negativa a creer es sabiduría. Pero los caminos de Dios son infinitos. Adorémosle, y aceptemos su volutad".
(El martes, sexta y última parte: Le Journal des debats)
Comentarios
Salud
Espero la última entrega, que te lo pases bien en Zaragoza.
Saludos.
Enhorabuena por ese premio, Charles. Cuidado no te pises el manto de armiño cuando te acerques a recogerlo al son de la música de Elgar. jeje. Un fuerte abrazo
Otra cosa, hablas de un premio ¿qué premio?, seguro que me perdí algo mientras estaba ausente.
De todas formas, si te dan un premio, te felicito por ello y espero tus noticias.
Un abrazo
¿Le han dado a usted un premio?, no lo sabía, enhorabuena.
Saludos.
Me ocurre lo mismo que a cósimo, no sé de qué premio hablas. Besitos, querido amigo, y que lo pases bien en Zaragoza.
De cualquier manera y como siempre, muchas gracias por vuestras visitas, comentarios y correos electrónicos. Prometo no dejar nada más sin contestación... hasta la próxima ;-)
Lo del premio, está aquí.
http://www.ecodiario.es/espana/noticias/529997/05/08/Zaragoza-La-Asociacion-Cultural-Los-Sitios-premia-a-la-Diputacion-Provincial-con-su-Medalla-de-Socio-de-Honor.html
Ha sido un accésit que nos otorga al coautor y a mi la posibilidad de que nos lo publiquen, que es lo que queríamos. En ello andamos y os iré informando.
Muchas gracias de nuevo.
Salud