Luciano y los cincuenta aulladores
Hace un par de días me pasé por Vitoria para ocuparme de un asunto que me iba a llevar gran parte del la jornada. Cuando terminé dos de las cosas que había ido a hacer eran ya cerca de las dos del mediodía, así que aplazando el resto para la tarde, busqué un lugar donde comer algo.
Dado que no era el caso de regalarse con espléndidos manjares, ni de aprovechar para hacer algún descubrimiento gastronómico; a la hora de la selección del lugar me guié casi exclusivamente por un solo criterio: el lugar más tranquilo y solitario que pudiera encontrar.
Después de un par de vueltas por las calles del centro de la ciudad, di con uno de esos lugares que tienen la apariencia de pub inglés típico: amplio, de madera, adornado con antigüedades de tienda de regalos, y en penumbra; no había prácticamente nadie, y anunciaba un menú aceptable en la puerta, así que sin pensarlo mucho más decidí entrar.
Hice la comanda y me senté. Fue entonces cuando me di cuenta de que había junto a mí un revistero: sin pensarlo dos veces cogí una que tenía la fotografía de Saturno en su portada, y despreocupadamente me puse a mirar los santos.
De todo lo que vi, hubo algo que llamó especialmente mi atención. Era un artículo ilustrado con unas maravillosas fotografías de enormes icebergs de un color azul que rozan lo increíble, que flotaban en medio de unas aguas oscuras y tempestuosas. Sobre aquellas islas heladas podían verse grupos de pinguinos desfilando en perfecto orden, algunos lanzándose por terribles acantilados y otros peleándose con las aves que pretenden arrebatarles su alimento.
El lugar, según rezaba el texto que acompaña a éstas imágenes, es uno de los más recónditos del planeta, se compone de un grupo de pequeñas islas rodeadas en gran parte de hielo, y su aspecto frío y desolado era prueba inequívoca de que es pasto continuo de los más gélidos y poderosos vientos. No en vano, los navegantes conocen a aquél lugar por el nombre que ha dejado el viento a su paso por él: los Cincuenta Aulladores.
A los Cincuenta Aulladores se les puede encontrar, o mejor dicho escuchar, al sur del Atlántico, allá donde los gigantes icebergs del Polo Sur son ya frecuentes y se les puede ver aparecer y desaparecer de la vista en medio del eterno oleaje que ha provocado aquellos terribles vientos. Quienes han estado allá dicen que la única manera de no ser presa del pánico, es distraer la atención contando el número de aullidos que pueden distinguirse en medio de aquellos vientos.
¡50!. Aseguran que no hay hombre vivo que haya escuchado más de 50 aulladores, porque si se sobrepasa esa cantidad en el recuento, lo mejor que puede hacerse es encomendar el alma de uno a Dios o a los diablos, si el pobre que ha llegado hasta allá considera que va a encontrarse con mejor compañía en el infierno que entre abates y santurronas.
Dado que no era el caso de regalarse con espléndidos manjares, ni de aprovechar para hacer algún descubrimiento gastronómico; a la hora de la selección del lugar me guié casi exclusivamente por un solo criterio: el lugar más tranquilo y solitario que pudiera encontrar.
Después de un par de vueltas por las calles del centro de la ciudad, di con uno de esos lugares que tienen la apariencia de pub inglés típico: amplio, de madera, adornado con antigüedades de tienda de regalos, y en penumbra; no había prácticamente nadie, y anunciaba un menú aceptable en la puerta, así que sin pensarlo mucho más decidí entrar.
Hice la comanda y me senté. Fue entonces cuando me di cuenta de que había junto a mí un revistero: sin pensarlo dos veces cogí una que tenía la fotografía de Saturno en su portada, y despreocupadamente me puse a mirar los santos.
De todo lo que vi, hubo algo que llamó especialmente mi atención. Era un artículo ilustrado con unas maravillosas fotografías de enormes icebergs de un color azul que rozan lo increíble, que flotaban en medio de unas aguas oscuras y tempestuosas. Sobre aquellas islas heladas podían verse grupos de pinguinos desfilando en perfecto orden, algunos lanzándose por terribles acantilados y otros peleándose con las aves que pretenden arrebatarles su alimento.
El lugar, según rezaba el texto que acompaña a éstas imágenes, es uno de los más recónditos del planeta, se compone de un grupo de pequeñas islas rodeadas en gran parte de hielo, y su aspecto frío y desolado era prueba inequívoca de que es pasto continuo de los más gélidos y poderosos vientos. No en vano, los navegantes conocen a aquél lugar por el nombre que ha dejado el viento a su paso por él: los Cincuenta Aulladores.
A los Cincuenta Aulladores se les puede encontrar, o mejor dicho escuchar, al sur del Atlántico, allá donde los gigantes icebergs del Polo Sur son ya frecuentes y se les puede ver aparecer y desaparecer de la vista en medio del eterno oleaje que ha provocado aquellos terribles vientos. Quienes han estado allá dicen que la única manera de no ser presa del pánico, es distraer la atención contando el número de aullidos que pueden distinguirse en medio de aquellos vientos.
¡50!. Aseguran que no hay hombre vivo que haya escuchado más de 50 aulladores, porque si se sobrepasa esa cantidad en el recuento, lo mejor que puede hacerse es encomendar el alma de uno a Dios o a los diablos, si el pobre que ha llegado hasta allá considera que va a encontrarse con mejor compañía en el infierno que entre abates y santurronas.
Cuando uno observa estos lugares perdidos en lo más recóndito de los grandes océanos, le da en pensar que todavía hay donde se puede desaparecer en vida, disfrutar de la más profunda de las soledades que existen en el mundo, en compañía -eso sí-, del interminable aullido de los 50 vientos que enfurecen los mares incansablemente.
Es obligada la referencia a ese sentimiento de naufrago que se desata cuando se observan lugares como éstos, y a aquellos antiguos navegantes que aventuraban su vida por mares desconocidos, en busca de vaya usted a saber que prósperos reinos dispuestos a rendir enormes fortunas a sus pies.
Aunque su derrota se dio en otras latitudes, todo esto revivió en mí aquella historia ancestral del naufrago Yámbulo que fue arrojado allá por tiempos anteriores a los de nuestra era al océano en una balsa, y tras cuatro meses de navegación solitaria llegó a un archipiélago de -¡casualidad!- 7 islas, donde se quedó a vivir con los hospitalarios indígenas.
Según nos cuenta Diodoro de Sicilia en aquellas islas los días tenían la misma duración que las noches, el clima era muy agradable, el agua marina dulce y la naturaleza muy generosa con el hombre. Los nativos eran de una raza desconocida y, entre otras particularidades, tenían una lengua bífida, lo cual les permitía mantener dos conversaciones a la vez.
Yámbulo había dado con una de las más antiguas versiones de Utopía, pero como si también quisiera adelantarse a los postulados rousseaunianos del “buen salvaje”, debió de dar claras muestras de lo que el hombre civilizado es capaz de hacer en un paraíso como aquél, y después de siete años fue expulsado por los nativos por sus hábitos perversos. Nuestro navegante tuvo que conformarse con tomar rumbo a la India, y retornarse de allá a su Grecia natal.
El gran Luciano de Samosata, cuyos Relatos Verídicos propiciaron que encadenara lo que estaba leyendo sobre los Cincuenta Aulladores con la historia de Yámbulo, fue quien reescribió esta última y combinándola con Los prodigios más allá de Tule de Antonio Diógenes, hizo sátira de ellas, como era costumbre en él, para darle después el mencionado título de Relatos Verídicos.
Sobre todo esto prevalece la idea de la Utopía, que a partir de estos escritos se iría desarrollando a lo largo de los siglos; la convicción de que aún existen lugares perdidos en ese inmenso y uniforme azul de los mapas, en los que se puede comenzar de nuevo, abandonando todo lo que ocupaba hasta el momento en las lejanas tierras desde las que uno procede; todo, incluso los recuerdos…
Y hablando de ellos, en aquél momento me acordé de donde estaba y lo que hacía allá, levanté la cabeza de aquella revista y miré alrededor. Eran poco más de las tres, hora de irse; pagué lo que debía, me despedí y salí a la calle a continuar con mis asuntos.
Mientras caminaba, tenía la sensación de haberme despertado de un extraño letargo, y parecía como si lo hubiera hecho con mucha brusquedad, como cayéndome de la cama tras un profundo sueño, del mismo modo que le ocurría al Pequeño Nemo al final de cada una de sus aventuras.
Es obligada la referencia a ese sentimiento de naufrago que se desata cuando se observan lugares como éstos, y a aquellos antiguos navegantes que aventuraban su vida por mares desconocidos, en busca de vaya usted a saber que prósperos reinos dispuestos a rendir enormes fortunas a sus pies.
Aunque su derrota se dio en otras latitudes, todo esto revivió en mí aquella historia ancestral del naufrago Yámbulo que fue arrojado allá por tiempos anteriores a los de nuestra era al océano en una balsa, y tras cuatro meses de navegación solitaria llegó a un archipiélago de -¡casualidad!- 7 islas, donde se quedó a vivir con los hospitalarios indígenas.
Según nos cuenta Diodoro de Sicilia en aquellas islas los días tenían la misma duración que las noches, el clima era muy agradable, el agua marina dulce y la naturaleza muy generosa con el hombre. Los nativos eran de una raza desconocida y, entre otras particularidades, tenían una lengua bífida, lo cual les permitía mantener dos conversaciones a la vez.
Yámbulo había dado con una de las más antiguas versiones de Utopía, pero como si también quisiera adelantarse a los postulados rousseaunianos del “buen salvaje”, debió de dar claras muestras de lo que el hombre civilizado es capaz de hacer en un paraíso como aquél, y después de siete años fue expulsado por los nativos por sus hábitos perversos. Nuestro navegante tuvo que conformarse con tomar rumbo a la India, y retornarse de allá a su Grecia natal.
El gran Luciano de Samosata, cuyos Relatos Verídicos propiciaron que encadenara lo que estaba leyendo sobre los Cincuenta Aulladores con la historia de Yámbulo, fue quien reescribió esta última y combinándola con Los prodigios más allá de Tule de Antonio Diógenes, hizo sátira de ellas, como era costumbre en él, para darle después el mencionado título de Relatos Verídicos.
Sobre todo esto prevalece la idea de la Utopía, que a partir de estos escritos se iría desarrollando a lo largo de los siglos; la convicción de que aún existen lugares perdidos en ese inmenso y uniforme azul de los mapas, en los que se puede comenzar de nuevo, abandonando todo lo que ocupaba hasta el momento en las lejanas tierras desde las que uno procede; todo, incluso los recuerdos…
Y hablando de ellos, en aquél momento me acordé de donde estaba y lo que hacía allá, levanté la cabeza de aquella revista y miré alrededor. Eran poco más de las tres, hora de irse; pagué lo que debía, me despedí y salí a la calle a continuar con mis asuntos.
Mientras caminaba, tenía la sensación de haberme despertado de un extraño letargo, y parecía como si lo hubiera hecho con mucha brusquedad, como cayéndome de la cama tras un profundo sueño, del mismo modo que le ocurría al Pequeño Nemo al final de cada una de sus aventuras.
Comentarios
Saludos.
Existen historias que nos embrujan hasta el letargo. A ti te pasó recreando la historia de los 50 aulladores y a mi leyéndola de tu pluma.
Saludos
Espero que la lectura de ste fin de semana te resulte agradable.
Gracias de nuevo
Salud
sobre el país de Utopía de lo mejor
casi lo recomiendo si no fuera por que tiene desiertos muy áridos unos detrás de otros y sin unos cubatas en medio como que rrrraska..
(un fuente que debería estar en internet, si alguien me proporciona una edición con mas de 90 años me comprometo a subirla)
además: curiosas relaciones las que te buyen en la sesera
¿Tu crees que hoy en día quedan lugares así? No sé, no sé... inóspitos puede, pero desconocidos... Hace poco se encontraron en alguna selva perdida de la mano de Dios(no me acuerdo donde) nuevas especies de animales desconocidos por el hombre. Quizás aquella era una tierra "virgen".
Respecto a tu comentario en mi blog: gracias por la aclaración. Yo estaba terriblemente ocupada en esa epoca: naciendo y eso ;)
Saludos cuentacuentos :)
Conste que he buscado Diodoro Reserva 1916 o más añejo, pero ná de ná, que más allá de los Gredos no he encontrao ná. Geografia limitada la nuestra, o así.
Imagino que sabrás eso de que Luciano escribió un cuento titulado "Anakarsis o sobre la gimnasia", bastante divertido.
Medea: si no existen lugares así, nos los inventamos; pero como existen, porque muchos de ellos no están en los mapas pero nos los han contado, pues hacemos algo todavía mejor que inventárnoslos: nos los creemos.
Gracias a los dos y Salud, como siempre.
Moamanda: gracias por tu comentario y por pasarte por aquí. Poe es una buena manera de abrir nuevos horizontes a la imaginación.
Salud y gracias a las dos
¡Pardiez! No nos nombres los Cincuenta Aulladores, que aunque Vere pueda mear a sotavento, su compadre no pudo pasar de escuchar los cuarenta.
Como siempre, un placer leerte Charles.
Salud